No había manera ni siquiera para llorar por ello, una muerte digna no se llora, no se sufre, ni se dramatiza; la verdadera muerte digna, en ese sentido, no es para mí.
Llegué un día quejándome de un dolor punzante en la parte lateral de la espalda y para algunos estudios y un mes después, era el doctor quien ya tenía miedo a verme.
Durante los últimos días solo lo veía pasar por afuera de mi cuarto preguntando a las enfermeras de mis signos, yo me sentía bien pero no podía explicarme por qué me evitaba hasta que por fin se presentó. El doctor se acercó a mí, olía a sanitizante y a cloro, me dijo que me quedaban tres días de vida...
Lo dijo con un tono serio, solemne y su mirada era apabullante, simplemente transmitía su miedo a que yo muriera, más de lo que yo misma pudiese expresar. Bien, así fue que me dijo, pude haber llorado, pude haberme deprimido en mi habitación, pude haberme enojado incluso con una fuerza mayor, pero no tenía sentido. El entró me dijo lo que tenía que decirme y se marchó, seguro para que no compartiera mi reacción, que mal doctor. Me quité sondas, retiré las sabanas, me cambié y salí sin ni siquiera darle las gracias. En estas circunstancias siempre se agradece que al menos a uno le comuniquen de buena forma la noticia o que haya sido constante la presencia del doctor durante todo el diagnóstico, pero, ni eso.
¿Qué haría yo con tres días de vida a partir de ahora?. Lo primero que hice saliendo del hospital fue ir a mi casa, nadie me esperaba porque vivía sola, no tenía muchos amigos con los que mantuviera contacto, y relaciones amorosas pues... tan ocupada estuve en mi empleo que no me dediqué a formalizar relaciones, sin embargo mi punto de partida fue en realidad algo muy sencillo, salí de mi casa con un saco, me arreglé como nunca me dediqué a mi exterior, no por vanidad, era mas para empezar a cumplir las cosas, lo gracioso de esto es que cuando uno tiene un esquema de vida, hay dentro de los planos los deberes, las penas y el silencio; para mí ya se desdibujaba todo lo que planeé, ya no volví al trabajo, ya nunca limpié ni me preocupé por un orden, por documentos ni cosas de esas que nos sujetan a este mundo, de hecho se siente bien, ¡ya que importa lo demás! corrí hasta llegar a la plaza central de la capital, tenía por seguro que encontraría a mucha gente, me puse a sonreír, a saludar, a platicar con las personas sobre cosas mundanas y las veía tan bellas, tan únicas, poco después, empezaron a llegar artistas y músicos del festival cultural, me les uní en sus ensayos, me hablaron de sus vidas, estuve durante las danzas en la plaza y cantando, estuve viviendo sin inhibición cada pasatiempo que abandoné, cada cosa que quería, pronto me di cuenta que empezaba a ser diferente, ya no era yo, o tan solo empezaba a ser de verdad yo.
Lo dijo con un tono serio, solemne y su mirada era apabullante, simplemente transmitía su miedo a que yo muriera, más de lo que yo misma pudiese expresar. Bien, así fue que me dijo, pude haber llorado, pude haberme deprimido en mi habitación, pude haberme enojado incluso con una fuerza mayor, pero no tenía sentido. El entró me dijo lo que tenía que decirme y se marchó, seguro para que no compartiera mi reacción, que mal doctor. Me quité sondas, retiré las sabanas, me cambié y salí sin ni siquiera darle las gracias. En estas circunstancias siempre se agradece que al menos a uno le comuniquen de buena forma la noticia o que haya sido constante la presencia del doctor durante todo el diagnóstico, pero, ni eso.
¿Qué haría yo con tres días de vida a partir de ahora?. Lo primero que hice saliendo del hospital fue ir a mi casa, nadie me esperaba porque vivía sola, no tenía muchos amigos con los que mantuviera contacto, y relaciones amorosas pues... tan ocupada estuve en mi empleo que no me dediqué a formalizar relaciones, sin embargo mi punto de partida fue en realidad algo muy sencillo, salí de mi casa con un saco, me arreglé como nunca me dediqué a mi exterior, no por vanidad, era mas para empezar a cumplir las cosas, lo gracioso de esto es que cuando uno tiene un esquema de vida, hay dentro de los planos los deberes, las penas y el silencio; para mí ya se desdibujaba todo lo que planeé, ya no volví al trabajo, ya nunca limpié ni me preocupé por un orden, por documentos ni cosas de esas que nos sujetan a este mundo, de hecho se siente bien, ¡ya que importa lo demás! corrí hasta llegar a la plaza central de la capital, tenía por seguro que encontraría a mucha gente, me puse a sonreír, a saludar, a platicar con las personas sobre cosas mundanas y las veía tan bellas, tan únicas, poco después, empezaron a llegar artistas y músicos del festival cultural, me les uní en sus ensayos, me hablaron de sus vidas, estuve durante las danzas en la plaza y cantando, estuve viviendo sin inhibición cada pasatiempo que abandoné, cada cosa que quería, pronto me di cuenta que empezaba a ser diferente, ya no era yo, o tan solo empezaba a ser de verdad yo.
Cuando me pongo a analizar eso, más me doy cuenta que la vida nos sujeta a falsedades, a cosas inútiles y fútiles, anclados a una normativa que podría ser lo que mas oculta al Ser, si Hamlet llegó a preguntarse alguna vez: "¿ser o no ser?", creo que la relación se entendió a la inversa, "¿no ser o ser?"
Ya entrada en la noche bebí sin llegar a extremos solo para disfrutar de la velada nocturna, llamé a muchas personas que conocí, visité amigos, volví a hablar con las personas que eliminé de mi vida. Ya no importaba el pasado, las personas o yo, de hecho solo importaba hacer lo que a mí me hacía sentir bien, bailé, canté; escribir ya no porque era mas placentero relatar historias a las personas que se detenían a escuchar, hubo muchas cosas que hice durante dos días, entré a una sala de cine que amablemente pedí al gerente, demostrando con mis análisis, para que me dejara estar sola en la sala; jamas me gustaron las películas románticas ni las comedias, mucho menos las comedias románticas, pero quería disfrutar como todos los demás alguna vez lo hicieron con lo que es ver el amor en otros ojos, sentir algo, reír por algo, fue tan emotivo para mí, al menos porque jamás creí llorar por las comedias románticas, salí agradecí y partí regalando abrazos y sonrisas a todos, alguno que otro beso en la mejilla y adiós. Comencé por viajar en el tren, y me detuve donde mejor me pareció, comí todo lo que se me antojó, hice amigos por montones durante todo este tiempo, ya podía expresarme, desinhibirme y simplemente ser yo, porque poco importaba como me vieran los otros.
Para el final en mi tercer día me levanté del sillón de un lounge donde me quede a dormir, las cortinas rojas se alzaban desde el segundo piso, un florero y una rosa roja estaban ante mis ojos, más atrás, una nota semiquemada; regresó a mi memoria la noche anterior, en un restaurant-bar en Contiapó, un hombre de quien no recuerdo su nombre, se apareció con un chaleco, una camisa y unos jeans, parecía ser alguien muy conocido dentro de la gente que estaba aquella noche, no era mal parecido, pero se veía de lo más normal y simpático. Se acercó a brindar con nosotros, más adentrada la noche solo quedábamos él y yo, platicamos horas hasta que el dueño nos sacó, de ahí nos seguimos hacia una pequeña cafetería que siempre estaba abierta; nos sentamos, para esa noche llevaba algo muy digno de la ocasión, una vestido negro de cocktel, tacones charol y unos rizos oscuros, era tan acogedora la cafetería que de hecho parecía más la sala de una casa, había estanterías con libros, una sinfonola, y una computadora que proyectaba con un cañón sobre una pared blanca y lisa letra de poemas que fueron los mas hermosos que había leído en mi vida, estuve con él toda la noche hasta que por fin decidimos irnos, fuimos a su departamento, con algo de alcohol pude haber creído que pasaría algo más, pero realmente borracha o no, suelo estar muy consciente. Un beso en la mejilla fue lo más que consiguió porque en un principio que saliera del hospital ayer, me dije que si algo no quería estos últimos días era preocuparme por el corazón de alguien más, ni el mio, ni el de nadie, ni mi alma ni la de los demás, ¡nada!, es demasiado peso moral y anímico; un beso como ese, y comprendió se fue muy serio a su cuarto y yo dormí por la gravedad del vino en el sofá, al día siguiente abrí aquella nota que seguro habría dejado en la mitad de la madrugada, la abrí pensando que sería una carga mas a mis memorias pero no fue así. No era una carta de desprecio por negarme a algo más, no era de amor con mayor razón, en cuanto terminé de leerla, subí corriendo buscándolo pero no estaba. Esta nota era de tanto significado que aunque me muriera bien podría acabar con mis horas y sacarlo de debajo de las piedras, incluso donde el viento da vuelta, me puse de nuevo los jeans, la blusa y el saco, y ya no lo encontré, busqué en la cafetería, en el bar, en la plaza espere ver su coche y no apareció, ni siquiera llegó a su departamento. ¿Estaba de nuevo viviendo al sujetarme a él?, pero lo dicho en esa nota no podía perderse. ¿Qué haría ahora?, pues tuve que dejarlo, eran pocas horas y acabaría todo y sin poder haberlo visto por última vez, me arreglé con unas pequeñas compras que hice de último minuto, el dinero no valió nada, todo lo gasté en comprar mis caprichos de último minuto y algunas donaciones para instituciones donde yo estudié, ayudé, y por alguna razón me llamaban la atención. Me bañé durante una hora dentro de una tina a la que le agregaba agua caliente cada vez que quería, era un baño de burbujas bastante relajante, después de estar ahí, me arreglé con un gran vestido negro, muy parecido a aquellos vestidos del año 1800 solo que no tenía mangas era algo escotado y eso era todo, tenia pedrería y abajo era una obra de arte en tela; estuve muy presentable para acudir incluso frente a alguien de la realeza, tomé un taxi y acudí a una boda que ya tenía planeada con anterioridad, no era mía pero era de alguien a quien yo necesitaba ver feliz; entré justo cuando el padre pregunta si alguien se oponía, las personas que eran testigos en la boda me miraron con un profundo odio porque ya me conocían, pero me limité a pasar frente a ellos, saludarlos con una calurosa sonrisa y ver el santo ritual. ¨Acepto, acepto¨, y el beso final, ahí todo terminó.
Derramé unas lágrimas y al momento de partir, justo cuando creí que no me vio, se detuvo un momento y se acercó.
Ya entrada en la noche bebí sin llegar a extremos solo para disfrutar de la velada nocturna, llamé a muchas personas que conocí, visité amigos, volví a hablar con las personas que eliminé de mi vida. Ya no importaba el pasado, las personas o yo, de hecho solo importaba hacer lo que a mí me hacía sentir bien, bailé, canté; escribir ya no porque era mas placentero relatar historias a las personas que se detenían a escuchar, hubo muchas cosas que hice durante dos días, entré a una sala de cine que amablemente pedí al gerente, demostrando con mis análisis, para que me dejara estar sola en la sala; jamas me gustaron las películas románticas ni las comedias, mucho menos las comedias románticas, pero quería disfrutar como todos los demás alguna vez lo hicieron con lo que es ver el amor en otros ojos, sentir algo, reír por algo, fue tan emotivo para mí, al menos porque jamás creí llorar por las comedias románticas, salí agradecí y partí regalando abrazos y sonrisas a todos, alguno que otro beso en la mejilla y adiós. Comencé por viajar en el tren, y me detuve donde mejor me pareció, comí todo lo que se me antojó, hice amigos por montones durante todo este tiempo, ya podía expresarme, desinhibirme y simplemente ser yo, porque poco importaba como me vieran los otros.
Para el final en mi tercer día me levanté del sillón de un lounge donde me quede a dormir, las cortinas rojas se alzaban desde el segundo piso, un florero y una rosa roja estaban ante mis ojos, más atrás, una nota semiquemada; regresó a mi memoria la noche anterior, en un restaurant-bar en Contiapó, un hombre de quien no recuerdo su nombre, se apareció con un chaleco, una camisa y unos jeans, parecía ser alguien muy conocido dentro de la gente que estaba aquella noche, no era mal parecido, pero se veía de lo más normal y simpático. Se acercó a brindar con nosotros, más adentrada la noche solo quedábamos él y yo, platicamos horas hasta que el dueño nos sacó, de ahí nos seguimos hacia una pequeña cafetería que siempre estaba abierta; nos sentamos, para esa noche llevaba algo muy digno de la ocasión, una vestido negro de cocktel, tacones charol y unos rizos oscuros, era tan acogedora la cafetería que de hecho parecía más la sala de una casa, había estanterías con libros, una sinfonola, y una computadora que proyectaba con un cañón sobre una pared blanca y lisa letra de poemas que fueron los mas hermosos que había leído en mi vida, estuve con él toda la noche hasta que por fin decidimos irnos, fuimos a su departamento, con algo de alcohol pude haber creído que pasaría algo más, pero realmente borracha o no, suelo estar muy consciente. Un beso en la mejilla fue lo más que consiguió porque en un principio que saliera del hospital ayer, me dije que si algo no quería estos últimos días era preocuparme por el corazón de alguien más, ni el mio, ni el de nadie, ni mi alma ni la de los demás, ¡nada!, es demasiado peso moral y anímico; un beso como ese, y comprendió se fue muy serio a su cuarto y yo dormí por la gravedad del vino en el sofá, al día siguiente abrí aquella nota que seguro habría dejado en la mitad de la madrugada, la abrí pensando que sería una carga mas a mis memorias pero no fue así. No era una carta de desprecio por negarme a algo más, no era de amor con mayor razón, en cuanto terminé de leerla, subí corriendo buscándolo pero no estaba. Esta nota era de tanto significado que aunque me muriera bien podría acabar con mis horas y sacarlo de debajo de las piedras, incluso donde el viento da vuelta, me puse de nuevo los jeans, la blusa y el saco, y ya no lo encontré, busqué en la cafetería, en el bar, en la plaza espere ver su coche y no apareció, ni siquiera llegó a su departamento. ¿Estaba de nuevo viviendo al sujetarme a él?, pero lo dicho en esa nota no podía perderse. ¿Qué haría ahora?, pues tuve que dejarlo, eran pocas horas y acabaría todo y sin poder haberlo visto por última vez, me arreglé con unas pequeñas compras que hice de último minuto, el dinero no valió nada, todo lo gasté en comprar mis caprichos de último minuto y algunas donaciones para instituciones donde yo estudié, ayudé, y por alguna razón me llamaban la atención. Me bañé durante una hora dentro de una tina a la que le agregaba agua caliente cada vez que quería, era un baño de burbujas bastante relajante, después de estar ahí, me arreglé con un gran vestido negro, muy parecido a aquellos vestidos del año 1800 solo que no tenía mangas era algo escotado y eso era todo, tenia pedrería y abajo era una obra de arte en tela; estuve muy presentable para acudir incluso frente a alguien de la realeza, tomé un taxi y acudí a una boda que ya tenía planeada con anterioridad, no era mía pero era de alguien a quien yo necesitaba ver feliz; entré justo cuando el padre pregunta si alguien se oponía, las personas que eran testigos en la boda me miraron con un profundo odio porque ya me conocían, pero me limité a pasar frente a ellos, saludarlos con una calurosa sonrisa y ver el santo ritual. ¨Acepto, acepto¨, y el beso final, ahí todo terminó.
Derramé unas lágrimas y al momento de partir, justo cuando creí que no me vio, se detuvo un momento y se acercó.
-¿Por qué has venido?
- He venido porque necesitaba saber que estabas feliz y con alguien a quien de verdad amarás
-¿Pero por qué? creí que jamas te importé, que solo fui tu primer amor y nada más. Como alguna vez podrías haber dicho, tu bicicleta con ruedas.
-Te equivocas, no vine por eso, vine porque necesitaba saber que tu sabías amar, veras, nunca creí que tu pudieras sentir amor por nada.
-Estoy con quien debo.
-Lo sé, yo no marco ninguna diferencia.
-¿Quieres visitarme alguna vez?
-Te visitaré.
-Estoy libre los sábados, puedes ir a mi casa.
-Estaré ahí.
Podría aceptar, como quiera, no iba a estar para entonces.
¡Salí de la iglesia y ahí estaba él, aquel hombre del bar, parado observándome! por un momento me congelé, se quito su sombrero, también venía formal, el agua caía y yo me empezaba a estremecer por la lluvia fría y la mirada de él, sin decir palabras me besó, no pude hacer nada. Cuando terminó puso su sombrero en mi cabeza y se desvaneció; su carta y este beso, me dieron las últimas lecciones de mi vida, y ahí mismo morí en paz y sin dejar nada. Todo lo que mi alma siempre añoro, hecho ya estaba.