Destinatario

Estas son sólo notas de olvido, recibos injustificados, cartas de silencio y telegramas melancólicos que una mujer de vena negra escribió.

martes, 6 de diciembre de 2011

Capítulo 15.- El árbol de la desesperación


Aquella mañana saliendo del hospital nos dirigimos a tomar un desayuno, al contrario de lo que pensaría se mostró entusiasmado por volver a su casa.
-          No entiendo, pensaría que usted se mostraría temeroso de regresar a donde casi le asesinan.
-          Lucille usted no entiende,  suponiendo que ya saben que estoy bien no me atacarían en mi propia casa, sabrían que estaría pendiente de ellos y llevaría seguridad mi hogar, debemos volver por unas cosas, y usted también, no tardarán en buscarla ahora que saben que está conmigo – La perplejidad sobresaltaba la cuenca de mis ojos al pensar que alguien estaría buscándome para asesinarme y no entendía que relación guardábamos él y yo para que alguien quisiera vernos muertos.
-          No entiendo Señor Farfán, ¿por qué lo buscan? ¿yo que tengo que ver?
-          Usted lo sabe señorita, ambos lo sabemos, acerca del General Monk, del Virus que se ha desatado terriblemente – Mi expresión boquiabierta había dejado más en claro que me sorprendía todo cuanto sabía. Farfán era un amigo mío que tenía 36 años, pero siempre se veía más viejo para su edad y el hecho que supiera todo eso sin siquiera haberlo contactado hasta entonces y sin haberle revelado nada me hizo sentir un mareo como de quien ha perdido el control de sí mismo.
Me levanté de ahí sin decir nada, me siguió hasta poder tomar mi mano y llevarme la delantera toda prisa como si supiera a donde me dirigía y me jalara con su paso adelantado a toda velocidad, llegamos a su casa y antes de abrir la puerta, se aclaró la garganta y siguió hablando.
-          Conoció a esa anciana, la que decía ser usted, ¿la conoció? – Sus palabras parecían querer atropellarse una tras otra con el impulso con que las había proferido.
-          Sí, ¿me dirá que está sucediendo?
-          Esa anciana ¿qué le dijo?
-          Que fuera a Edimburgo
-          ¿Por qué no está allá?
-          No le creí, pasaron muchas cosas… pero dígame ¿qué pasa?
-          Usted y yo iremos a Edimburgo, Messager me contó la mayor parte, estuvo siguiéndola sin que usted se diera cuenta y vio y escuchó todo lo que había pasado.
-          No creerá todo eso o sí.
-          El punto no es lo que yo creo, si no hasta que punto usted cree en todo esto.
Giró la llave y la puerta cedió, sin abrir completamente tras el quicio de la puerta, observó y dio algunos pasos firmes, con señas me pidió que subiera y recogiera mis cosas. Al principio de mi llegada no lo había notado pero cerca de la puerta se encontraba una maleta pesada, ¿sería suya?, corrí subiendo las escaleras, pero me detuve en seco al escuchar una ventana cerrarse del golpe. Esta paranoia me consumía por completo, después de tantos años no tenía sentido que me buscaran, ¿cómo sabrían que sobreviví?, no quedaba nada del virus, la cura estaba hecha yo no tenía por qué ser perseguida; como sea me encontraba ahí, corrí a la habitación y me encerré, tomé lo que pude ya que no había desempacado todo fue fácil para mí tomarla y salir enseguida, no me arriesgaría a salir por la puerta sin saber que me esperaba así que salí por la ventana de la habitación que conectaba a una escalera de emergencia, me deslice… afuera llovía y los vapores de las alcantarillas dejaban salir el calor del drenaje, sentía el frío decembrino cubrirme mientras la lluvia y el viento desacomodaban mi cabello, sentía ese aire llegar por mi nuca haciendo que mi cabello se elevará hacía arriba, mientras ese miedo que crecía en la boca del estomago se hacía presente en mi alma agitada, pronto vi al señor Farfán dirigirse hacia mí por el costado de la casa, cuando unos hombres con pasamontaña salieron tras él, inmediatamente ambos estábamos corriendo por el intrincado laberinto de callejones del que no podíamos salir, no sabía si era desesperación o en verdad estábamos perdidos, poco a poco los dejábamos atrás y hubo un momento en que ya no oímos el sonido de sus radios de comunicación. Al final estábamos rodeados de muros, nuestras piernas no podían correr más, poco a poco volvían esos sonidos de transmisión y no sabíamos a dónde dirigirnos. Crecía la sensación horrible de sentirse presa de algo incontenible, algo que determinaría si vivías, esa desesperante sensación de ser una presa a punto de ser cazada, pero entonces vi las escaleras, por el extremo derecho de una pared de ladrillos había unas escaleras metálicas que subían por el techo de un gran condominio de departamentos, subimos juntos y al llegar al techo continuamos por arriba hasta llegar a una vieja cafetería que se encontraba a tres cuadras de la casa de Farfán, siempre estuvo cerrada y hasta entonces permanecía abandonada incluso por el antiguo dueño; decidimos retirar el tragaluz del edificio y entramos por arriba para evitar encontrarnos con otras personas. Recuperamos el aliento y mientras avanzábamos tomados de la mano durante la oscuridad, llegamos a una pequeña oficina, encendió un pequeño foco y revolvió algunos papeles, parecía que ya había estado en este lugar, y de hecho comenzaba a notar el bizarro escenario; todo excepto esta oficina se encontraba quemado, podía distinguir el olor a madera quemada desprendiéndose de las paredes negras y carbonizadas, prontamente distraje mi vista y Farfán sostenía en sus manos dos boletos de avión.



Salimos rumbo al aeropuerto cerca de dos horas después de la persecución, contábamos con despistar a nuestros seguidores antes de abordar pero ya nos esperaban en la entrada del aeropuerto, creíamos que seríamos atrapados de no ser porque una camioneta detrás de nosotros aceleró arrojando por sus puertas dos hombres que dispararon contra ellos. Uno de los hombres de la camioneta se acercó a toda velocidad haciéndonos descender del vehículo, tomando nuestras cosas nos dirigimos hacia adentro haciendo checar los boletos y entrando escaleras arriba hacia la sala donde partiríamos hacia el avión, un día completo había pasado, este infierno irreal parecía dejarme demasiado asombrada y asustada para actuar bajo mi propia cuenta, esperé junto con él a que el avión cargado nos permitiera subir, mientras detrás de los ventanales gigantes de la sala, el sol parecía meterse con singular rapidez. En diciembre los días morían rápidamente, y me fascinaba siempre tanto la puesta del sol como el amanecer, solía correlacionarlo con el infierno y el cielo, como los tonos naranjas y bermellón se recorrían ante una oscuridad imperante que era el anunciador oscuro de la noche pero al amanecer era distinto, porque los tonos violáceos y azules traían esa luz que me hacía siempre pensar en los ángeles que anunciaban la alborada.

Una niña con un gorro de colores se posaba impaciente en la ventana junto a su madre, un cantinero ofrecía pequeñas bebidas a aquellos que esperaban el vuelo, mientras en el restaurante del aeropuerto se escuchaban  chocar los trastes que eran lavados continuamente y las ordenes de los meseros enviando el pedido de los comensales, mientras yo esperaba que llegara Rogelio para abordar, una vez que él por fin había aparecido regresó mi tranquilidad, lo dejé a cargo de las maletas, y me dirigí al baño sopesando todo lo que había sucedido, me sentía desesperada y no pude evitar emitir un llanto silencioso pero pujante que crecía dentro de mí, apenas podía respirar y apenas podía contenerme. No necesito decir que tuve que sostenerme fuertemente de la cerámica de los lavabos esperando tomar fuerzas. Marqué inmediatamente una vez que me calmé, sabía que en este momento era cuando debía contar con una amiga mía que nos recibiría sin pensarlo en Edimburgo y además ella mejor que nadie podía ayudarme a descifrar que era lo que sucedía.
Regresé junto a Rogelio quien estaba listo para marcharse, tomé mis cosas y juntos subimos al avión, casi parecía que podía liberarme de miedos una vez que me senté en el asiento junto a la ventana. Impotente ante lo que sucedía y cansada de todo esto estuve dormida parte del viaje.
Desperté por la incomodidad de los asientos de avión, además que acababa de pasar la azafata con su carro metálico ofreciéndole a los pasajeros algo de beber y algunos cacahuates. Con ello recordaba siempre como cosas tan poco importantes resultan ser de gran ayuda. Sabía que a todos los pasajeros por obligación debían servirles algo de comer ya que con el viaje algunos podían marearse y vomitar, en todo caso si no tenían nada en el estomago podrían sufrir quemaduras por el ácido gástrico así que era mejor proporcionar algo que evitará ese tipo de incidentes.
El señor Farfán parecía reticente a contarme todo cuanto sabía, pero insistía en mirarle inquisitivamente para que me dijera todo;  tan pronto como bajamos, tomamos un carro que nos conduciría hacia Arselia. Ella era una estudiante de periodismo en Edimburgo, ella era una persona que nunca se quedaba tranquila hasta conocer cada detalle de un hecho y por ello la hacía perfecta para hacer la monografía de toda esta historia que me dejaba mareada.  
Antes de llegar a su casa había un lindero que debíamos tomar, era una especie de camino oculto en alguna vieja intersección abandonada de la carretera, seguía sin entender que relación guardaban Farfán y Messager, mientras el conducía el sol se alzaba sobre los pinos grises de la temporada y el acumulo de nubarrones amenazaba con una llovizna implacable encima de nosotros, había algo extraño en el aire, algo extraño en todo lo que respiraba que me hacía sentir nauseas, de repente una serie de imágenes cruzo mi mente no sabría decir si eran puras imaginaciones o recuerdos de un pasado no muy lejano, la mayoría eran visiones pueriles de la infancia pero una de ellas me hizo sentir que estaba abriendo una puerta que había cerrado en mis memorias, seguramente por una razón que en ese momento no entendía, poco a poco parecía quedarme en una especie de esfera temporal en la que yo era parte de una historia lejana; el verano pintaba de oro todo el esplendor de una memoria feliz que pronto se convertía en un paisaje íngrimo y desolado, salvo por una pequeña figura que salía de un establo cercano, yo, o lo que era una versión de 5 años de mí, se encontraba sentada cerca de un alto pozo de piedra y la figura se aproximaba más y más corriendo a velocidad desde el establo, hasta llegar y detenerse de entero frente a mí. Poco a poco reconocía todo, una vieja hacienda que fuera mi hogar, entonces la luz entraba filtrada por el hueco formado entre nubes y en aquel rostro parecía reconocer pero dentro de esta fantasmagoría de recuerdos un portazo se dejaba oír al extremo derecho, era mi padre saliendo furioso gritando contra mi madre. Lo único que no pensaría después era el tremendo engaño que descubriría; su madre una vez le dijo cuando pregunto qué había sucedido con su padre y su hermano y ella masculló que habían muerto hace tiempo, y dada la expresión ella jamás pregunto que como había sucedido pensando que no quería importunarla, pero ahora era diferente. Su hermano y su padre se esfumaban en un camino parecido a este. Entonces comprendió muchas cosas, comprendió que buscaba en Edimburgo aunque al principio pensaba que tenía más que ver con el hombre fallecido quien sabe donde en La Cruz de Soreboca, era más sobre descubrir lo que la vida no le había permitido antes.
Entonces la visión continuaba, allí estaba ella deprimida por la separación, corriendo lejos donde pudiera estar sola y la imagen parecía querer borrarse y desvanecerse pero se aferraba como un espectador de cine a la butaca de su asiento esperando por ver más de sus memorias y fue ahí que lo vio.  Un enorme roble se erigía alto y umbroso lleno de múltiples huecos que habrían hecho algunos mamíferos pequeños. Vio que escribía algo en un papel, tal vez un deseo, tal vez sus preocupaciones y de pronto surgió entre sus labios como si la corteza de su cerebro recordará todo, ¡El árbol de las lamentaciones!, aquel sitio que simbolizaba cuán grande y oscuro todas las penas que había vivido, como un enorme diario dentro de un tronco en el que arrojaba papelitos en los que escribía sus tristezas; imaginaba a ese gran árbol un ser grande y fuerte que soportaría las penas por ella y jamás sería capaz de decirle a nadie nada, era su mejor guarda de todas las cosas con las que nunca se sentía conforme y parecía sentirse bien de escribirlas y liberarse.


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