Este seguramente no era un cigarro que
disfrutara, se parecía más a un calmante, un omeprazol de una ácida soledad, o
un diazepam de un convulsión provocada por tu ausencia, un remedio contra el insomnio; mañana te vería
mi piadosa Luz, razón que me impedía dormir, te citaría en el único café que
aún conservaba parte de nuestras memorias, un café de una añoranza que podría
estar perdida. Habían pasado algunos años de nuestro último baile en que nos
había sorprendido el amanecer, comenzábamos a perdernos miedo pero adquiríamos
otros que no tenían razón de ser, ¿o será que no quería encontrarle razones?;
yo había salido a un viaje, largo tiempo que se volvió una trampa de arena dentro
de un mismo reloj porque no sabía nada de ti ni tú tenías noción de mí. Preparé
una maleta ligera, el boleto, el pasaporte y la nota que esperaba darte.
Durante mi viaje en el avión empezaba a darme de golpes en el asiento pensando
que haría, me ponía nervioso a tal grado de pedirle amablemente a una de las
azafatas que me regalara un pañuelo, no me sentía siquiera apto para hablar
porque mi lengua tenía siempre la facilidad de hablar demasiado rápido o
trabarse, así que me mantuve callado durante todo el vuelo hasta llegar a
Buenos Aires.
Tomé un taxi rumbo a la última dirección
que te conocía, durante el camino el taxista intentaba hacer plática, era de
noche y lo poco que escuchaba prestando atención a la radio eran la noticia de
un asesinato por la calle Irigoyen, una plática o discusión de una pareja de
locutores, y una vieja canción de Carlos Gardel “El día que me quieras”, en ese
momento pensé en ti y sentía un profundo deseo de salir corriendo y tocar a tu
puerta agotado y tartamudeando estupideces de quedarme siempre a tu lado; no
podía, no así de fácil. Cuando el taxista finalmente llegó vi tu luz encendida,
pensé que estarías por dormirte, o en caso más común por comenzar a estudiar o
revisar archivos de tus pacientes. Saqué la nota de la bolsa trasera de la
maleta y la deslicé por debajo de tu puerta, enseguida toqué y acto seguido
subí al taxi pidiéndole que me llevara al café donde te cité. La nota decía que
nos viéramos a media noche en el único café abierto de la ciudad a esa hora, el
café de tantas añoranzas.
Habías tomado la nota, sacaste un abrigo y
habías conducido hasta tal sitio. Mientras tú te trasladabas yo estaba en la
última mesa, en la esquina de espaldas con vista clara hacia la calle para
verte llegar, pero de espaldas solamente para que evitar el extraño momento en
que te viera caminar hacia mí y yo sin saber si ansiosamente ir a abrazarte o permanecer
calmado y esperar en mi silla. En ese momento habías entrado al
establecimiento; una camarera atendía el mostrador sin mucho interés, avanzaste
por el establecimiento y me viste de espaldas, serio, no sabías si acercarte o
esperar a que me volteara, igual te
acercaste después de unos minutos parándote justo detrás de mí para ver si yo
podía sentir tu presencia, y la sentía.
Por otro minuto nos vimos de frente, no
sabía qué hacer, te quería abrazar, te quería besar pero solo pude alzar media
sonrisa y decirte.
- Hola- Mientras me levantaba esperabas abrazarme fuerte así que te acercaste y me abrazaste tan fuerte como pudiste, no sabías por cuánto tiempo me quedaría hasta volver a vernos de nuevo.
Pero querida Luz apenas correspondí el
abrazo apreté sin muchos ánimos y temeroso. Jalé tu silla, te invité a
sentarte, y te pedí un expresso como sólo yo sabía que te gustaban – Mitad expreso,
mitad leche. Te sentaste algo nerviosa, distinguía en tu mirada que no sabías
cuanto de mí había cambiado y cuanto de mí permanecía siendo el mismo, como una
cruda de identidad o un misterio propuesto sin pistas para empezar a buscar. Te
quitaste el abrigo y recordaste que abajo llevabas un vestido de gala por la
celebración de algún tonto diploma –como siempre les decías- te sentiste
apenada de estar tan arreglada y verme a mí tan simple, conociéndote la única
cosa que te molestaba en ese momento era que yo pensara que habías exagerado en
arreglarte porque yo venía. Mientras esperábamos el café comenzaste la
conversación.
- ¿Cómo te fue en tu viaje?- Contesté sin mucha descripción.
- Seco… te extraño… sabes que viajar es mi pasión.- Siempre te hablaba de mis viajes, de girasoles parisinos, las playas de Lisboa, las favelas brasileñas, pero en esta ocasión no había hablado mucho, noté que te entristeciste.
Esperabas más, esperabas que te pintara ese
extraño mundo que no conocías por falta de tiempo, esperabas que te platicara
sobre algo, un lugar… ¿un alguien?, pero no fue así.
- ¿Pensaste en mí?- Me preguntaste con una voz extraña casi como un susurro, o era la debilidad de tu voz que se venía entre tus labios.
Yo querida, no sabía cómo decirte que lo
hacía todo el tiempo, que nos imaginaba caminando del brazo junto al rio Sena,
que nos imaginaba paseando, que el café se volvía amargo sin tenerte para
compartirlo y autoreprochándome mordazmente de sentirme todo un cobarde por
abandonarte. Leías la frustración de mis ojos, pero eso no evitó que mi
silencio te decepcionara. Te percatabas de esa ausencia en mí que se desvelaba
entre mis ojeras con la mirada corta y extraña. Sentías que un nudo se te hacía
en el estómago y el corazón se te enredaba –desgraciadamente el corazón era el
cerebro que más mandaba sobre ti- ¿en algún punto podrías haberme perdido?, tal
vez pensabas que este regreso era sólo para decir un adiós y por ello te notaba
nerviosa a tal grado que la señorita tuvo que traer servilletas, porque temblando
con el café en la mano lo habías derramado sobre la mesa.
Me tomaste de la mano, como si esta fuera
una palanca automatizada que lograra sacar una respuesta dentro de una cápsula
de confeti, pero no funcionaba querida. Yo no dije nada, me veías frío,
reticente, te desesperaba; así que te pusiste el abrigo y empujaste bruscamente
la silla, y aunque dispuesta a irte te sostuve del brazo. Te detuviste pero
sentía en ti que cada paso que no dabas, el hecho de que te impidiera avanzar
te destrozaba en la garganta un llanto ahogado, te comprendo, no sabías que
esperar de mí. Me levanté, quitaste mi mano de tu brazo y te dispusiste a irte,
pero te detuve, no podías mirarme a los ojos; sostuve tu cintura y
desprevenidamente te besé sin el mayor detenimiento, te resististe y me
empujaste violentamente, sin embargo insistí y tus labios cedieron, tus
músculos se aligeraron y sentí tus lágrimas correr en mis mejillas, al final
correspondiste.
No podías evitar llorar, lo entiendo, te
confundía, lo sé. Pero yo separaba mis labios de los tuyos de a momentos, para
ese momento no sabías si querías o no lo querías más yo desesperadamente te
dije que te amaba y que te extrañaba mucho. Acto seguido pusiste un dedo en mis
labios.
- No resisto que hables- Dijiste- Así me haces más difícil decirte adiós, algo egoísta, pero no puedo evitar que siempre te vayas.
Eran casi las dos de la mañana, todo se
encontraba solo, excepto las amables meseras del turno nocturno, te detuviste
un poco y me invitaste a sentarme.
- Mejor no hablemos, mejor mirémonos, así puedo entenderte mejor y tu puedes hablarme mejor.- Inmediatamente una sonrisa sincera escapó de mí.
- Te confieso que extraño tus guisados- Ríes con fuerza
- Me alegra tu ternura en momentos como éste- Me dices.
Habían pasado algunos años y todo este
tiempo avanzaba lento para ti cuando no estaba, hacías lo que podías para
distraerte, pero no dejabas de pensar que volvería algún día aunque te
desilusionara el hecho de pensar que podría quedarme lejos de ti. Sostuviste mi
mano, después la otra, querías besarlas, tomaste mi barbilla y la acercaste a
ti, la besaste quedamente, tomaste un sorbo del café que ya se había quedado
frío. Busqué tu barbilla y la tomé entre el pulgar y el índice, besé tus labios
y rápidamente correspondiste, los besos se hacían más apasionados y te
detuviste un poco al percatarte de que las meseras estaban espiando, me pediste
que saliéramos a caminar un rato a despejarnos; pagué la cuenta y salimos, las
calles estaban poco alumbradas, agarraste
mi brazo, te sentías segura así que cerraste los ojos y pegaste tu cara
a mi brazo, me enternecí y besé tu frente.
Hacía un poco de frío, era normal pero en
esta temporada todo lo que me importaba era tu calor, tu aroma, todo eso lo
extrañaba, añoraba desde tu sonrisa, a tus ojos brillando de amor, tu mano
cálida siempre regalándome caricias y recordaba entonces aquellos años en que
sentados en el lindero veíamos a las personas pasar.
Me besaste brevemente – No te quiero volver
a perder- dijiste cabizbaja y te regresé el beso, no era necesaria la respuesta
verbal, me abrazaste más fuerte con contradictoria desesperación y alivio,
tomaste mi cabello, lo sentías más corto del último encuentro, te lo callas, no
dijiste nada y continuas el abrazo.
- Te amo, quiero estar contigo haciéndote feliz- Tocas de nuevo mi cabello, y después mi rostro como queriendo que tus manos tengan memoria de mí. No sabes disimular tu tristeza. Sigo distante pero ambos sabíamos que este encuentro nos traía nuevas esperanzas. Me recordabas cuanto había tardado en decidir besarte durante nuestra última reunión.
Acercas tu rostro al mío, doblas un poco la
cabeza y a breves centímetros de mis labios sonríes. Te acercas otro tanto más
y terminas por alejarte, comienzas a susurrar palabras cerca de mi labios pero
no las entiendo me encuentro anestesiado por el tono de tu voz que siempre me
ha parecido seductor, me estremece y lo sabes. Finalmente besas la esquina de
mi boca dándome a desear tus labios; me quedo pensando en tus labios, en tu voz,
me siento tentado a besarte pero burlonamente te niegas, me haces desearte con
más fuerzas y te gusta; caminaste más rápido, me dabas la espalda pero alcanzo
abrazarte por la cintura, inclinas tu cabeza hacia atrás y vuelves a sonreír.
Nos acercamos a un callejón oscuro, caminamos
por el estrecho camino sin poder ver más que la luz de la calle al otro lado, te
detengo, tomo tu cintura, te acorralo contra la pared, te entra un temor
extraño pero agradable me miras detenidamente y pasas tus manos por arriba de
mis hombros; la noche es húmeda, recién llovió y no nos habíamos percatado.
Afuera el rumor de la ciudad es un ruido indescifrable de autos y personas,
pero solo me importas tú, total a través del callejón nadie podía vernos… te
beso y correspondes, pasas caricias por mi
cuello y mi espalda, me estrechas contra ti sin separar tus labios de los míos,
los besos se vuelven más apasionados, más pegados sientes mi cuerpo relajado,
acalorado, nos miramos y seguimos besando. Nuestras manos comienzan a explorar,
te pones nerviosa, te preguntas de donde provendrá esta tensión que surge entre
nosotros que atrae nuestros cuerpos cada vez que nos encontramos solos, deslizo
mi mano entre los botones de tu abrigo, adentro la suavidad de tus senos a
través del escote se pronuncia afable y moldeable al toque de mis dedos, pronto
deslizas una mano hacia debajo de mi pantalón, sientes el calor que fuertemente
se ha concentrado, te detienes.
- ¿Por qué nunca te quedas?- Me preguntas, pero generas más tensión y me pongo nervioso. No sé cómo responder, desearía que el momento durara para siempre, sé que partiré, no sé cómo echar raíces pero sé que te necesito y recuerdo los estragos de la última vez que me fui.
Aún así sentimos que queremos estar juntos
como si todo dijera que hay que aprovechar los pocos momentos que hay entre
nosotros dos. Ignoro el charco que pisan mis zapatos, no puedes distinguir si
lloro o solo estoy callado, tus ojos se adaptan a la falta de luz, pero no
reconoces. Inmediatamente te acercas hacia mí, te secas las lágrimas y aunque
poco puedes decirme me das la mano y me levantas.
- Quiero que pasemos este tiempo juntos aún si no sabemos que pasara después.
Caminamos hacia la calle, rara vez veíamos
pasar automóviles y ya no había gente caminando por ella; camino junto a ti
con las manos en los bolsillos un poco encorvado, cabizbajo, sé que piensas que
tal vez tus exigencias iban más allá de lo que podía realmente ofrecer, intento
sacarte las manos de los bolsillos, introduzco mi mano por tu saco, para tomar
la tuya adentro. Me ves decaído, no te mereces esto pero mi salud mental me
exige estar contigo.
Eran ya las tres de la madrugada, nos
dirigimos hacia tu casa, las madrugadas siempre son más calladas pero más
oscuras; pasamos varias calles, algunas sin luz pero tomados de la mano con el
terror que yo sé te imprime no saber lo que hay en esa oscuridad profunda… finalmente
llegamos. Estando en tu puerta, abres el cerrojo, te digo adiós a distancia pero
tu cariñosamente te acercas y me abrazas fuerte, correspondo, caminas hacia la
puerta esperas que te detenga… no lo hago; entras a la casa con la cabeza baja
tratando de cerrar la puerta sin mirar atrás, inmediatamente como impulso detengo
la puerta, volteas y te sorprendo con un beso profundo, ya no opones
resistencia, mientras cierro la puerta con mi pie. Me tomas por el saco, te
arrastro hacia mí con ganas de besarte más, muerdes mi labio y jalas mi cabello.
Te quitas el abrigo y dejas relucir ese vestido que no tuve oportunidad de
elogiar; sin parar de besarnos subimos las escaleras, me quito la camisa
descuidadamente rompiendo algunos botones y la dejo caer por el pasamanos,
subimos la escaleras y caen más de nuestra indumentaria aburrida y estorbosa;
tu bolso, tus tacones, mi reloj, mis zapatos, mi cinturón, el negligée y tus
medias negras, así hasta llegar a tu alcoba. Dejas caer por ultimo tu vestido
que se posa sobre una lámpara de mesa, caes de espaldas sobre la cama, me
recuesto sobre ti y te siento toda tibia, el hundimiento de tu cadera sobre el
colchón resiente la presencia de esta bestia que ha decidido levantarse y
atacarte. Muerdo tu cuello, tratas de esconder un gemido, pero aun así lo noto.
Me besas profundamente mientras retiro tu brassier, ese mecanismo abominable
que siempre ha impedido la libertad de algo tan maravilloso como lo eran tus
pechos. Me quito el pantalón, te beso apasionadamente, me retiro un poco
mientras sientes el peso de mis brazos alrededor tuyo, te beso el cuello y bajo
lentamente, sientes mi aliento estremeciendo cada pedazo de piel, beso tu pecho
quisiera pasar más allá de tus rincones más privados, beso tu ombligo.
- Ah… jajaja- Te da cosquillas. Muerdo el borde de tu ropa interior y despacio la deslizo hasta tus pies.
Empiezas a percibir una sensación intensa, retiras
de mí la última prenda y empiezas a pasar tus manos por mi espalda mientras
besas detrás de mi oído, te escucho susurrar un “te amo” “estaré aquí siempre”,
susurro en el tuyo que nunca dejare de hacerlo. Comienzas a besar desde mi
barbilla hasta mi pecho, al centro de mi corazón.
- Quiero que esto siga, quiero que siga así- dices agitadamente, me volteas y ahora yo me encuentro arriba. No logras contener la sensación al colocarte bajo de mí, juntos en nuestros cuerpos se percibe una mezcla de humedades, viscosas y frías, como si la humedad fuera una sola, tocas con tus manos mi pecho, me escuchas respirar profundo y fuertemente a tu oído, me miras alegre y excitado.
Mis manos exploran tu cuerpo como si fuera
un explorador de un par de islas que necesitaran moldearse y descubrirse con
mis manos, comienzo por tu cintura, deslizo mis manos ásperas costilla a
costilla de tu tronco perfecto, llego al borde de tus senos intentando rodear a
la perfección aquella parte que corresponde a tu piel y la otra parte que toma
elevación divina. Llego a una punta truncada por un par de pezones respingados
y la orilla de unas areolas que siempre me parecieron una formación artística
impresionante. Decido volver a bajar, te miro y veo que has cerrado los ojos
mientras tus brazos descansan en la almohada, bajo más y me encuentro con tu
ombligo, ese maravilloso misterio que guardará quizás algún día una relación
más estrecha que esta; me sigo bajando sin detenerme como un aventurero lanzado
al peligro inminente de un abismo que encanta con el deseo y me llama a
penetrarlo hasta conocerlo entero, mientras hundo mi mano en la humedad
custodiada por tus labios inferiores, te estremeces y mientras acaricio te
siento inquieta, emocionada.
- ¡Agh! ay sííííí…. espera agh- Quitas mi mano. La sensación te dominaba, decides entonces tocarme y bajar tus manos, me colocas debajo de ti nuevamente, te veo deslizarte rumbo a mi pene y con los labios empiezas a hacerme un fellatio. Comienzo a disfrutar de la suavidad de tus labios, de lo helado de tu saliva y ese pequeño roce a veces perceptible de tus dientes. Pongo mis manos sobre tu nuca, lo comienzo a disfrutar, agitado algunos gruñidos casi callados escapan de mí pero los puedes oír, continuas un poco más rápido.
- ¡asi, asi! ¡no pares!- Continúas mientras contemplo la desnudez de tu espalda, cierro los ojos y echo mi cabeza hacia atrás mientras acaricio tu cabeza. Finalmente me sientes venir y te retiras. Besas mi pecho, escuchas mi palpitar, estoy enormemente agitado. Comienzas por llenarme más de besos.
Acostados volteo hacia ti, te beso
apasionadamente, nos cubrimos con las sabanas, hacía un calor impresionante en
la habitación; me pongo atrevido y te coloco debajo de mí, comienzo a besar tus
senos turgentes y dulces, gentilmente los muerdo.
- ¡Ah, ah, ah ah!- te escucho quejarte. Bajo hasta tu ombligo, me intuyes la acción y cierras las piernas, lo ignoro y sigo bajando, dulcemente y despacio las vuelvo a abrir, beso tu muslo mientras me miras averiguando mi siguiente acción –Siento cosquillas- te oigo reír y río brevemente contigo. La excitación le da un tono diferente a tu risa siempre lo había notado, ya que nunca te había escuchado reír así. Me acerco a tu vagina y la beso húmedamente, introduzco mi lengua un poco buscando provocarte.- ¡Uhg… sigue… más… más!- Te siento rasguñar mis hombros, recorro con mi músculo lingual por tus labios intímos, no disimulas en nada la emoción- ¡Augh agh ah sigue!- tus gemidos se vuelven más agudos, empiezas a querer apartarme pero sin realmente desearlo, jalas mi cabello no me dejo y sigo. - ¡AAAAH!- gritas y prosigo hasta sentir tus piernas relajadas, te vienes y lo percibo por el sabor.
- Sabes siempre recuerdo noches como ésta y siento que podríamos vivir eternamente, siento tu amor, tu pasión, tu cariño inmenso que no cabe dentro de nosotros dos… te amo...- Me enternece sólo escucharte.
- La eternidad es miseria sin poderte estrechar en mis brazos.- Descansamos un poco, tu recostada sobre mi pecho con esa sonrisa tan linda y yo con los ojos en el techo pensando aunque un poco preocupado de ti y de mí, lo que será de nosotros.
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