Yo sentada en una silla frente a la mesa de una concurrida plaza ilusionándome con que aparecieras una vez más caminando tan rítmicamente como emprendedor de viajes.
Aquella tarde fue un delirio de medio día, bajé las escaleras de la gran biblioteca y al voltear ahí estabas, mi temor me hizo salir corriendo de allí hasta que al voltear me di cuenta que me confundí. Yo estaba sentada más tarde en la esquina de siempre, arreglada aunque fuera lunes, no tenía ningún plan, nadie lo tiene desde Agosto pero ahí de vez en cuando solemos vernos demasiado relajados. Tenía francamente la plena ilusión de verte pero cada vez que mi mente lo desea y apareces me da pavor, no sé porque, nunca eres tú. Y platicaríamos mil cosas tomando un café en la plaza, comiendo algo en el parque, cantando con la guitarra bajo los árboles pero todo lo dicho es lo que encubre cosas más importantes para decir o para preguntar. Hoy esperé en vano, mis ojos no pararon de mirar y mirar en los recovecos más lejanos de mis ideas, estaba buscando una luz que me partiera en mil dentro de estos huecos, buscando mi luz cada día en el cielo. Pero yo sé, mi instinto no sabe de amores...
Finalmente levantándome de la silla de piedra, no noté nunca la única carta que valía la pena entregarte, la tiré por accidente y me dí cuenta cuando llegué a casa. Todo ese día falló. Al día siguiente despierto, hago mi desayuno en pantuflas y camisa, después del café reparador de actividad droga anti-sueño, salí para ver el amanecer y justo en mi puerta, el sobre que nunca te entregué.
Nunca lo imaginé.
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