A veces quisiera arrancarme la piel a mordidas, desbaratarla, endurecerla, hacerla frágil y suave, hacerla trizas, quisiera que poco a poco me la fuera comiendo enterita, no sé masticarla, semitragarla y luego escupirla, quisiera poner rocas en mis oídos, asegurarme de no escuchar nada más.
A veces me provoca deslizarme con los pies al ras del suelo, arrastrándolos para hacer más lento el día, para ver si se detiene se tropieza y no se vuelve a levantar, quisiera que la vida dejará de sumirse en reflexiones nada útiles, nada productivas... nada satisfactorias.
Quisiera morderme los labios tan fuerte que me duela besar, y me duela mucho. Quisiera a veces poder convertirme en un ser aplastado en la tierra sin levantarse, pero tengo que caminar a diario hasta que finalmente el día acaba y vuelvo a la realidad.
Un punto muerto en que el cuello es el límite del agua que nos inunda, es el límite donde los desiveles del sonido se vuelven tan atroces que parecen simplemente convertirse en una cardiopatía o anomalía respiratoria, pura contaminación para la sangre hacerla hervir hasta desnaturalizarse.
La verdad salir del agujero negro es más difícil pensando en que tarde o temprano regresarás, y harás lo mismo otra vez esperando que las balas no sólo no te rocen si no que ni siquiera las puedas oír, no las puedas ver correr ante tus ojos.
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