Lees una hoja al fondo del camión: “A mamá Roma le aviva el amor a papá, y a papá Roma le aviva el amor a mamá.”, distingues inmediatamente el palíndromo y reconoces el mensaje que ha guardado para una lectora en el periódico, sabes que tu amigo melómano, creador de una letra cuyo nombre se refiere a bodas y en realidad significan drogas lo ha puesto para ti, él sabe del aniversario de muerte de tus padres y ha decidido publicar una nota en la sección de “Anuncios Breves” con tal singularidad para que lo notaras- aún con la letra de Times New Roman tamaño de 12 puntos- sabes que te manda un abrazo y le agradeces el detalle murmurando el agradecimiento que un carro al lado sofocó con el claxon sostenido porque no avanzaba el camión.
Te bajas con cautela en el segundo antes de que el camión arranque alcanzas a salir apenas para salvar tu persona de la mala conducción que realiza dicho chofer. No podía ser más pesado el clima, los vientos de Santanna cubren de tierra paredes y calles, mientras algunos transeúntes corren otros parecen indiferentes caminando con una tranquilidad casi celestial; sabes que no eres parte de ellos y corres como la gente normal a algún lugar para cubrirte del terregal. Decides entrar a un centro comercial, ese que tú recordabas de tu infancia pero que ha cambiado por la remodelaciones hechas para salvarlo del olvido de las personas; lo recorres exactamente como lo hacías en secundaría empezando desde la entrada del supermercado, cruzas la tienda de música en el que recuerdas que compraste la guitarra española más bonita y más barata como regalo para un amor de aquel tiempo, quieres recordar su nombre pero solo te viene el nombre que le dieron a la guitarra “Santiago”.
Avanzas por los pasillos de cerámica gris y observas varios locales vacíos, uno que otro que vende filipinas a buen precio para personal médico y chefs, otro más de vestidos para eventos especiales y uno de tatuajes y “piercings”. Giras a la derecha y te encuentras en otro espacio abierto e inmediatamente en la ventana observas ese teatro del INBA visto por atrás; solamente has asistido dos veces a dicho teatro, la primera te llevaron tus padres, la segunda tú los llevaste a ellos. En la primera acudiste a una exposición de Quirópteros, esos mamíferos nocturnos asociados a los vampiros de novelas como la publicada por Bram Stoker en el año de 1897, mientras que la segunda vez acudiste a una comedia de 5 cuadros de preparatoria llamada “Abuelita de Batman” cuyo autor es Alejandro Licona, ambas refieren al mismo animal curiosamente.
Recuerdas haber acudido por petición de dos amigos tuyos que actuarían, a ambos los quisiste en algún tiempo, estuviste toda la obra riendo y al concluir la obra saliste disparada a la salida sin saludar ni despedirte de ninguno de ellos.
Avanzas por el siguiente pasillo y solo encuentras más lugares vacíos y unas tiendas de zapatos, de artículos góticos y otro de artículos antiguos cuyo letrero en la entrada les indica a los amantes de lo ajeno que todo en la tienda es viejo y el valor no es significativo. Sigues caminando y recuerdas que en ese mismo pasillo estuviste con un viejo amigo que te acompañaría a comprar una cartera para tu padre como regalo del día de los padres, claro que esa cartera jamás la usó.
De frente te topas con la pista de patinaje cuyo hielo te dio tu peor sentada, avanzas para observar a quienes patinan a través de los vidrios sucios y marcados de manos grasosas. Nadie patina de momento, pero en tu mente recuerdas la vez que patinaste por primera vez ahí, esa donde llevabas una blusa negra con la imagen de Snoopy a colores; esa vez también estabas emocionada porque pasaban esa canción que tanto te encantaba “Hombre lobo en parís”. El hielo parece casi el mismo como cuando estuviste sobre el la primera vez, algo gris de las orillas y lleno de marcas de patines por en medio.
Caminas y enfrente se encuentra el sitio de comidas, está completamente desierto y ciertamente de ese lugar no tienes recuerdo alguno porque nunca comiste ahí ya que no estaba lo que te interesaba pero, vuelves a revisar los locales y está una serie de alimentos que en tu vida comerías. Das la vuelta por el lado derecho de nuevo y observas ese local donde se rentaban computadoras; durante la secundaría acudiste ahí junto a tus compañeros para hacer esa prueba que te hace el gobierno para saber cual será tu carrera, recuerdas ese momento gracioso en que quisiste hacer operaciones para la sección de matemáticas y se te acabó el tiempo. El resultado final te pareció insulso, según la prueba serías detective, laboratorista en químicos plásticos y otra “jalada” que ni recuerdas. Sabes que es una tontería y te propones ser otra cosa: Doctor.
Sigues caminando y en la esquina de uno de los pasillos encuentras una tienda de LPs mejor conocidos como discos de vinilo, a tu hermano le fascinaría comprar algo pero nunca le dirás por qué opinas que estaría perdiendo su tiempo y dinero, además que ya no se fabrican frecuentemente los tocadiscos y el que tenía tu familia lo vendieron hace muchos años para pasar el hambre cuando estuvo desempleado tu padre. Pronto te pones a pensar en lo gracioso de esos discos de 30 centímetros de diámetro a los cuales solo le cabían 12 canciones máximo y en que los famosos iPods de 2 gigas mínimo les caben 415 canciones y miden menos dependiendo del diseño –Lo que es la tecnología- claro que algunos argumentan que los DJs siguen utilizando discos de vinilo porque la calidad de sonido es muy alta.
Sigues observando y en una de las televisiones una jovencita que vende perfumes observa una película mexicana donde aparece María Félix haciendo papel en Doña Barbara, una de las películas que te gustan del cine mexicano de la época de oro. Todo ese cine diametralmente opuesto a las nuevas películas mexicanas como “La Pastorela” donde sale “Lalo” España, que son solo sexo, alcohol y drogas. Lo que te recuerda un fogoso encuentro de no hace mucho tiempo por el cual tuviste que ver la película dos veces para saber de qué trataba.
Inmediatamente has cruzado de nuevo hacía el centro y ves algunas tiendas de helado y pasteles y más adelante una sala de juegos. Te vas cansada de no haber encontrado lo que buscabas, una buena razón de distracción, es por eso que sales caminando algunas cuadras para llegar al otro centro comercial, ese en el que pusieron casetas de cobro y que desde entonces todo mundo se estaciona en la parte opuesta del mismo para no pagar, tampoco pueden estacionarse frente al Lavasolas ni a la tienda que renta películas porque les traen la grúa.
Avanzas hasta cruzar la calle para llegar ahí y a contraesquina se encuentra la secundaría en la que recuerdas haber tenido el único amor que nunca supo agarrarte la mano, dudarías que hubiese sido un novio realmente. Avanzas más adelante y encuentras ese pequeño restaurante chino en el que tuviste una cita bastante agradable pero nunca culminó en nada más a pesar de que era una buena persona; tal vez te gustaban más problemáticos. Te distraes caminando y sin querer uno de tus pies casi te lleva abajo por una alcantarilla abierta, te repones y sigues como si nada, esperas que nadie se haya fijado, y efectivamente todos vienen pensando en sus cosas, algunos más solo escuchan música y nadie parece llevar una relación de convivencia más allá de sí mismos. Finalmente llegas después de cruzar el amplio estacionamiento vacío, accedes por la entrada lateral y te encuentras que ahí siguen las mismas tiendas, esa donde venden joyería supersticiosa como Ágata, Ojo de gato, Ópalo, Amatista, Cuarzo, Feldespato y Obsidiana. Avanzas un poco más y notas que el cine al que acudías los fines de semana se ha ido. Un Multicinemas desaparecido por la baja de personas que acudían también a este centro comercial, pero eso cambió mucho una vez que iniciaron remodelaciones y que aceptaron comercios más atrayentes como las ópticas, dentistas, tiendas de ropa y naturistas y recientemente hasta un gimnasio solo para mujeres.
Afortunada y desafortunadamente sigue ahí la misma librería a la que acudías siempre que venías, “Cristal” con sus vidrios de cristal que te dejaban ver el interior y ponían sobre repisas los libros de ese mes. Buscas alguno de interés pero las nuevas novelas juveniles no dan espacio a los clásicos ni a una buena literatura. Al entrar casi todo está vacío, buscas en la novelas de terror, repasas alguno que no hayas leído y que además te interese pero de alguna manera los que ves no cumplen o con uno o con el otro requisito. Sales decepcionada.
Te sigues por el pasillo de locales ahora con cerámica color arena y al final del pasillo un saxofonista está sentado en una de las bancas de madera interpretando por dinero, lo escuchas, es muy bueno y además es joven. Dejas un billete y una nota. No es tu teléfono pero si es una invitación implícita a escucharlo de nuevo. Un poco más adelante, enfrente de la cadena comercial de supermercado, se encuentra una tienda de helados, recuerdas que un amigo tuyo te había dicho que el helado era muy bueno y que el precio era bastante mejor. Llegas y te encuentras con un círculo reunido, la gente se ha detenido curiosa al ver la imperiosa batalla de figuras y estrategia que se está llevando a cabo sobre un tablero de ajedrez. “Un par de viejos está pasando un gran sábado” piensas. Te metes entre la gente y buscas por el helado de 8 pesos. Hay un anuncio con aquellas paletas de crema y gomitas de la Pantera Rosa, de Bugs Bunny o de las Tortugas Ninja que comías en tu infancia en aquella colonia de la que te fuiste porque era una zona de riesgo y violencia. Esa misma casa en aquella colonia que pasaste casi 12 años viviendo de juegos de imaginación y una que otra muñeca. Esa calle enfrente de tu casa donde un día salieras a jugar con tus amigos que vivían en una bajada que cada vez que llovía se hacía laguna, y donde también atropellaron a tu perrita “Hanis” que saliera corriendo para el yonke. A ella la viste morir sentada con su cabeza en tu regazo rodeada de fierros oxidados, ahí donde lloró por última vez y un hilo de sangre le escurrió por el hocico.
El joven que atiende la máquina registradora parece desesperado de que ordenes, finalmente pides un cono sencillo y te sientas mientras lees el periódico que te prestó uno de los espectadores del juego de ajedrez. Encuentras una nota curiosa: “Un museo para la tragedias de amor”, ahí los objetos contenidos no despiertan la codicia de ladrones pero en el público es una rara combinación de melancolía y sonrisas en complicidad. Este museo nació en Croacia cuando dos artistas, Olinda Vistica y Drazen Grubsic decidieron separarse. Los objetos contenidos en dicho museo tienen una historia interesante, por ejemplo el de una mujer fue un vestido de novia que no podía estar más en el closet junto a una carta con la historia de su amor y el desenlace, el de otra fue una hacha, la cual usó para destruir todos los muebles que se obtuvieron durante la relación. El de estos dos artistas creadores del museo fue un simple florero blanco.
La historia de otra mujer de Berlín cuya aportación fue un ciervo de papel maché color rojo, cuyo ex esposo peruano regalara en la única y última navidad junto a la frase “quiero ser el sol de tu vida”. Ciertamente piensas que es un museo muy original, porque si existe un museo de arte en París, y uno de escritores famosos en Dublín porque no incluir uno con la historia de la humanidad más vieja, la del amor con desenlace trágico como fue la de una Joven de Zagreb que regaló una rosa congelada y escribió: “Todos los grandes amores son trágicos o breves… ésta rosa congelada me recuerda un gran amor que fue largo y trágico”, entre otros regalos se citan anillos que terminaron en un aparador antes que en el dedo de la mujer amada, un frasco repleto de lágrimas derramadas por un muchacho después de 4 años de relación, osos, ropa interior, teléfonos, y las ya clásicas cartas; uno de los objetos más singulares fue una pierna ortopédica de un veterano de guerra en Croacia que se enamoró de la enfermera que lo cuidaba, y junto a dicha pierna se menciona: “La pierna duró mucho más tiempo que la relación… estaba hecha de un material mucho más sólido”. Te pones a pensar la cantidad de objetos que has desechado y que seguramente hubiesen tenido un mejor uso para decorar dicho museo.
Se ha pasado el tiempo y la tarde se ha venido abajo, piensas en los deberes que tienes que hacer, la tarea que tienes que entregar el lunes para una clase cuyo docente posee una cara de loco que no puede con ella. Te da risa recordar las historias que ha contado frente a la clase, como aquella sobre su efímero matrimonio con una joven de 17 años que después muriera de cáncer.
Después de escribir esto piensas… “Creo que he inventado los viajes en el tiempo… de otra manera no habría tantas memorias revividas en un día…” publicas esto, cierras el portátil y te acuestas a dormir, tanto recordar agota demasiado.