Quien
muerde la mano de la persona que lo alimenta, está condenado a vivir en la
calle, a vivir con su orgullo en medio de la inmundicia de la realidad que el
verdadero hombre enfrenta, a veces pensamos que solemos ser tan maduros, tan
inteligentes, tan sabios o tan buenos que nos ponemos en el ojo ciego de
nuestro juicio sin saber las consecuencias de nuestras palabras. Quien muerde
la mano de la persona que lo alimenta está condenado a vivir con su propia
palabra en la boca, con hambre en el estómago y la burla de su propio ser sobre la frente.
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