Cerraron sus cortinas ese tiempo de angustia,
las lágrimas definidas apenas dibujaban un rostro,
no necesitó oírlo, sólo leerlo, y siendo diestro
como era, la palabra más certera fue su molestia.
Pasaron los días, no era mayo, era junio
sobre junio que se suman diluvios y el calor no agrada,
junio que lo último que quería y que pasaba
eran esas palabras de un maldito infortunio.
La esperanza se desvaneció dos décadas atrás,
el frío calaba hasta la médula de huesos que eran tibios
y rondaban en su mente personajes turbios,
y la vida seguía pero sin ella y de espaldas.
La vida seguía y todo mundo creyó que reía,
pero a su alma le sumaban gramos a su tonelada,
y en su cuerpo lívido como pluma su corazón pesaba
como un piedra o como cardo espinoso y furia.
Los meses transcurrieron perdió contacto con todo,
ella vivía alrededor de muchos pero con cuatro muros
que se alzaban sin abrojo y su corazón se hacía duro;
pasó finalmente un año y el dolor ya era hasta cómodo.
Fuerza, decían muchos que tenía, el don de curar
muchos otros proclamaban y le decían al hablar,
pero ella sentía que carecía de fuerza y sólo quería llorar,
sólo quería gritar si era posible antes que volver a amar.
Y gritó, muy fuerte gritó bajo el silencio de su almohada,
apretó los puños, la sangre le subía a la cabeza
y apenas retomaba aire sollozaba desconsolada
sabiendo que de todas formas a pesar de la tristeza,
ella tenía que seguir para pensar que ella vivía,
para pensar que más allá del dolor habría esperanza,
para sostener sobre su corazón roto la promesa
de que no se rendiría sin antes pelear la guerra.
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