Inicie mi recorrido desde Hendaya donde se recorre el camino del Norte, este trayecto culmina en la plaza del Obradoiro, lugar en el que se encuentra la impresionante catedral de Santiago de Compostela, un monumento cuya construcción comenzó en el 1075, tiene origen románico y fue trazada siguiendo el modelo francés, pero evoluciono siguiendo un modelo barroco al que corresponde su vistosa fachada, finalizada años más tarde en el siglo XVIII; en su interior, como es bien conocido, encierra el sepulcro del apóstol Santiago, en torno al cual se fundó la ciudad hacia el año 820.
Llegue a Santiago de Compostela con una lluvia suave para la cual no necesite un paraguas, y para el medio día el esplendido sol coronaba la plaza del Obradoiro, el mismo corazón de la ciudad, aglomerada con miles de turistas y personas del lugar, era sin duda una atmosfera gallega, pero de improviso me dirigí a ver un poco más antes de partir rumbo a mi destino; me acerque a probar un poco de la gastronomía y de los ligeros vinos que abundan en las tabernas de sus estrechas callejuelas; él siempre me había dicho que en los restaurantes de las terrazas te reencuentras con gente que has dejado atrás o que llegaron antes que tú y compartes mesa con ellos, eso en cierta manera era acogedor cuando se es un extraño por completo y apenas empieza tu ¨peregrinación¨.
La rúa do Franco se interpone entre la catedral y la caballería de Santa Susana, y es la que acoge en su estrecho espacio multitud de terrazas siendo el punto de mayor ebullición; entré a uno de los mesones del lugar para probar algo, y era imprescindible probar el puchero gallego. Alubias blancas, ¨cachelos¨ es decir, patatas, grelos o berzas cocinados con manteca de cerdo ahumada, acompañado claro de un rico Ribeiro, un vino blanco o tinto, de cuerpo joven y ligero, este a diferencia de otros suele beberse en tazones en vez de copas.
La leyenda aún del lugar era mejor, según un lugareño con el que platicaba mientras comía, la leyenda dice que en el Noroeste de España, en la céltica y verde Galicia, a la que los romanos llamaron "Finis Terrae", por ser el extremo más occidental del mundo hasta entonces conocido, cuenta la tradición que estuvo el Apóstol Santiago, como llaman los españoles a Jacob el hijo de Zebedeo y hermano de Juan el Evangelista, en los primeros años de la cristiandad; a él le fueron adjudicadas las tierras españolas para predicar el Evangelio, y que en esta tarea llegó hasta la desembocadura del río Ulla. Sin embargo con poco éxito y escaso número de discípulos decidió volver a Jerusalén. Cuando regresó a Palestina, en el año 44, fue torturado y decapitado por Herodes Agripa, y se prohibió que fuese enterrado. Sin embargo sus discípulos, en secreto, durante la noche trasladaron su cuerpo hasta la orilla del mar, donde encontraron una barca preparada para navegar pero sin tripulación. Allí depositaron en un sepulcro de mármol el cuerpo del apóstol que llegaría tras la travesía marítima, remontando el río Ulla hasta el puerto romano, en la costa Gallega, de Iria Flavia, la capital de la Galicia romana. Allí enterraron su cuerpo en un compostum o cementerio en el cercano bosque de Liberum Donum, donde levantaron un altar sobre el arca de mármol.
Tras las persecuciones y prohibiciones de visitar el lugar, se olvidó la existencia del mismo, hasta que en el año 813 el eremita Pelayo observó resplandores y oyó cánticos en el lugar. En base a este suceso se llamaría al lugar Campus Stellae, o Campo de la Estrella, de donde derivaría al actual nombre de Compostela. El eremita advirtió al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, quien después de apartar la maleza descubrió los restos del apóstol identificados por la inscripción en la lápida. Informado el Rey Alfonso II del hallazgo, acudió al lugar y proclamó al apóstol Santiago patrono del reino, edificando allí un santuario que más tarde llegaría a ser la Catedral. A partir de esta declaración oficial los milagros y apariciones se repetirían en el lugar, dando lugar a numerosas historias y leyendas destinadas a infundir valor a los guerreros que luchaban contra los avances del Al-Andalus y a los peregrinos que poco a poco iban trazando el Camino de Santiago. Una vez terminada su plática enriquecedora, me despedí del lugareño y me encamine a la casa de mi suegros. Claro no sin antes visitar el Pórtico de Gloria para ver el conocido botafumeiro, lugar en el que se guarda el incienso, y el ritual culmina con el abrazo a la escultura del apóstol Santiago el cual di sin falta.
Llegue muy pronto a la casa, me encontraba frente a la puerta sin ninguna idea de que sería lo que diría, solo me quede un tiempo admirando la construcción; era de arte mudéjar, un estilo musulmán-español, el ladrillo que era el material por excelencia de este estilo, cubría por entero las paredes, y arriba en el techo se podría adivinar una techumbre de madera de par y nudillo, en forma de artesonado. Así me mantuve un rato, no pensando en lo que diría, más bien evitando tocar a la puerta, me preguntaba porque nunca quiso que yo conociera a su familia, tal vez eran personas nada amables, tal vez se avergonzaban de que hubiese contraído nupcias con una peruana. No lo sabría si no entraba. ¨De cualquier manera se enterarían, no, tienen que saberlo¨, tome valor y toqué muy quedamente a la puerta, esta casa empezaba a parecerme más como un fortín que como un hogar, ¨ ¿de quién se resguardarían o a quien estarían escondiendo? Tal vez no querían que nadie saliera¨.
- ¿Qué desea? – En lo alto un hombre fornido abría la ventanilla de madera.
- Soy Luisa, esposa de su hijo – Dije con voz trémula.
- Mi hijo no está casado.
Creo que ya averigüe la razón, jamás se los dijo.
- Su hijo contrajo matrimonio conmigo hace dos años, se que él nunca les dijo nada pero puedo probarlo.
El señor mando a una de las criadas a abrir la puerta y me dejó pasar, adentro un fuerte olor de algo cocinándose inundaba la casa, casi parecía golpearme de lo penetrante que era el olor de la carne, ignoro de que animal hubiese sido, pero era sin duda un olor nuevo; la criada me indico que me sentará en la sala de espera en lo que el señor y la señora bajaban. Estuve tranquila observando la amplia sala con ese tapiz azul, los retratos antiguos colgando, algunos eran imposibles de ver por el polvo que nadie ha sacudido en un largo tiempo, los sillones igual contenían los llamados ¨conejos de polvo¨, me levante un poco a sacudir mi pantalón cuando en eso oí que bajaban y por inercia me volví a sentar. Frente a mí se encontraba el señor que viera minutos atrás por la ventana, tenía un delantal manchado de sangre, me imagine que él habría sacrificado al animal para obtener la carne y que esto era una especie de granja o algo así, su mujer por otro lado portaba un bonito vestido de chiffon verde, ella era esbelta así que fácilmente le lucia bien.
- Disculpe que sea estas las circunstancias en que me presenté, no me imagino porque su hijo no les habrá hablado de mí.
- No hemos hablado con él desde hace tiempo, cuando salió de esta casa hace ya 5 años, simplemente no estaba conforme y se marcho, ¿tú dices ser su esposa?, porque la verdad es muy raro, mi hijo quería libertades - expresó con cierta severidad la señora.
- Sí, bueno pues por alguna razón habrá cambiado de opinión, me permito presentarme de nuevo para empezar bien esta conversación ya que hay algo importante que comunicarles. Mi nombre es Luisa Renovato Cunillé y me casé con su hijo hace dos años.
- Yo soy la señora Diez de Monterroso, me puedes decir Génesis o Alejandra y mi marido es Felipe Monterroso. ¿Quieres pasar a nuestro jardín? – El señor se retiro sin decir una sola palabra, la señora tomo mi brazo y me acompaño.
- Sería mejor que estuviera en presencia su esposo, lo que tengo que decir es delicado y es necesario que ambos lo escuchen si no les molesta.
La señora pareció dudar por un momento, pero cuando vio mi rostro algo afectado cambio su semblante e hizo que una de las criadas llamara a su marido. En unos minutos el señor se sentó en una de las sillas del jardín y ambos me hicieron la seña de que empezará a hablar.
- Lamento decir mucho esto… – Notablemente mi voz empezaba a temblar con un llanto que quería ahogar a toda costa, inspire fuerte y me calmé – Su hijo tuvo un accidente al caer del acantilado de unos cerros en La Cruz de Soreboca, ha fallecido y aunque los rescatistas no han podido sacar su cuerpo, los habitantes colocaron un cenotafio, una tumba vacía.
El señor parecía duro, no mostró ninguna expresión, pero Génesis tenía los ojos enrojecidos, y su boca se torcía del dolor que le provocaba en el alma saber de la muerte de su único hijo. Se levanto y por un momento pareció que me golpearía sin embargo no pudo contenerse, me abrazo, y lloro sobre mi hombro desconsoladamente. El señor se levanto de su silla y se fue, en toda la tarde no lo vi sino hasta la cena.
Me senté al pie de una mesa cuadrada, la cocina seguía teniendo un penetrante olor, lo más curioso era una pequeña característica en que tenían en similitud, no lo mencione antes y trate de ignorarlo, pero tanto las sirvientas, como los mismos señores tenían temblores excesivos y algunas ulceraciones cutáneas, eso me preocupaba, tal vez suponía mal pero, ¿y si era por la comida?, tendría mucho sentido ya que lo preparado ahí era consumido solo por ellos y una ingesta continua podría desembocar en una enfermedad persistente; las manos de las mismas cocineras parecían no poder coordinar sus movimientos. Me abstuve de probar el platillo principal durante la cena, mientras los demás saboreaban jugosas costillas y carne en diferentes cortes.
- Querida, no has saboreado nada de nuestro selecto menú de hoy, ¿te preocupa tu figura?
- No es eso Génesis, es que soy de dieta vegana.
- ¡Ah chiquilla! – Prorrumpió totalmente molesta.
- Lo siento.
:o Una deliciosa mezcla de narrativa e historia Ceci n.n excelente!
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