Me retire de la mesa y me dirigí a mi habitación, los señores habían sido amables en ofrecerme un lugar para dormir antes de que partiera de nuevo. Me instale con mis escasas pertenencias y me recosté pero no logre conciliar el sueño durante la noche; hace algunos años, estuve en servicio como Doctora en Nueva Guinea durante la guerra de aldeas, estuve en contacto con los nativos y durante mi estadio ahí se detecto multitud de casos de una enfermedad persistente que me recordaba los síntomas que presentaban todos en esta casa.
El ¨kuru¨ o ¨muerte de la risa¨ es una enfermedad neurodegenerativa causada por un prion, en lengua aborigen significa ¨que tiembla con miedo¨, fue descrita a comienzos del siglo XX en Nueva Guinea, y se comenzó a investigar científicamente a principios de los 50, este virus lento podía incubarse hasta por 30 años pero en cuanto se presentaban los síntomas era letal, la razón de la muerte de muchos nativos por esta enfermedad residía en la antropofagia que practicaban como rito funerario, el prion era transmitido por la ingestión de tejidos cerebrales de personas difuntas con la intención de adquirir la sabiduría durante estos, actualmente se ha trabajado para erradicarla, pero es bien conocido que esta costumbre es ancestral y remanente entre tribus por cuestiones no gastronómicas sino meramente rituales, pero también se conocen casos de antropofagia practicado por personas que gustan de la carne humana, eso me preocupo, es muy raro pero puede darse en la actualidad en personas con problemas psicológicos. La única manera de comprobarlo era ver la ¨enfermedad de la risa¨ manifestándose por una incontinencia, un temblor más pronunciado y labilidad emocional como una explosión de risa patológica.
Al día siguiente me senté en el jardín, desde ahí observaba a todos desde un punto amplio y aunque yo también era observada era fácil disimularlo con algún libro. Las sirvientas presentaban demasiados fallos de coordinación en sus movimientos mientras preparaban la comida y temblores, pero nada más. Los señores no aparecieron durante todo el día, aún me era difícil determinarlo, pero era mejor salir de ahí, no era buena idea quedarse solo para averiguar; si no era cierto, no tenia caso seguir aquí, pero si sí lo era con más razón era necesario salir; le pedí a una de las criadas que bajara mis maletas y me dispuse a irme, le pedí a la que parecía mandar sobre las criadas que le dejará mi nota disculpándome con los señores Monterroso por irme así, que no tardaría en visitarlos. Ella amable, entre temblorosas manos, tomo mi nota. Iba a cruzar la puerta no sin antes tomar una muestra de la carne que habían dejado ahí, una vez tomada la muestra, cruce el vestíbulo hacia la puerta, cuando en ese instante entraba Felipe.
- Señor Monterroso, que pena… iba apenas a salir… deje una nota con la criada – Pronuncie nerviosa.
- ¿Se iba ya?, pero que lastima, ¿no quiere probar el gourmet que teníamos preparado hoy?
- Recuerde señor que soy vegetariana, no consumo carne.
- ¡Que lastima!, ¿en serio no deseas quedarte? – El señor Monterroso jamás se había portado tan amable desde que llegara aquí y ahora no quería que partiera; empezaba a asustarme, sobre todo porque sus grandes brazos bloqueaban con facilidad mi salida por la puerta, comenzaba a ponerme aun más nerviosa.
- En serio señor, mi tren parte en este mismo instante, tengo que alcanzarlo, aún así gracias por acogerme y ofrecerme un lugar para dormir, la comida estuvo deliciosa y su trato fue excelente para conmigo, prometo volver muy pronto.
El señor se puso sumamente serio, cerró la puerta tras de sí, esto no pintaba bien, extendió sus brazos a los laterales y enseguida me abrazo, no podía zafarme, comenzó a oler mi cabello, mis nervios se crispaban a explotar en un grito, ¿qué haría? Yo no era lo bastante fuerte para lograr quitar sus brazos enormes y la salida estaba bloqueada, en ese instante que me conducía hacia adentro alguien entro tras de él, desistió y se giro para ver, era su esposa junto con el cartero, me saludo de mano y me permitió salir, me sentí mas aliviada, me despedí de la señora Diez de Monterroso y me fui; en cuanto cerró la puerta, corrí aliviada de haber salido al fin.
Recorrí parte de la ciudad buscando una estación de tren que fuera rumbo a París, Francia. Mi siguiente parada convendría en la visita de una amiga mía a quien no veía en años desde que me trasladaran de estudiar medicina en la Université á Paris a una Universidad en México.
Destinatario
Estas son sólo notas de olvido, recibos injustificados, cartas de silencio y telegramas melancólicos que una mujer de vena negra escribió.
:o ese señor que onda con su vida o__o
ResponderEliminar