Capítulo 12.- Desolación dividida
Parecía curioso, aun para mí como Doctora, que siempre me había maravillado por la cuestión de que cuando una persona recién fallece, todo en ella parece vivo, cierto su corazón no latía, ni tenía respiración, pero lo más notorio de la ausencia del alma, era percibida en sus ojos, cuando una persona estaba en rigus mortis su mirada perdía ese brillo de luz, y solo por eso sabía que existía un alma dentro de las personas, solo por ello me maravillaba más del cuerpo humano y su relación no solo anatómica o fisiológica sino algo más. Después de aquel claustro 3 años atrás con el General Ferdinand Monk muchas cosas me habían sucedido; después de mi encuentro con Messager decidí regresarme a México no quería vivir aturdida, el interrogatorio me había hecho recordar la muerte de Darío; sucedió que después de estar todo ese tiempo encerrada a merced del General regresé a Montpellier buscándolo sin embargo no esperaba la cantidad de cosas que podían sucederme. No podía dejar de temblar, cuando murió en mis brazos al verlo irse así; siempre me decía a mi misma que por favor no fuera él quien ingresará a mi hospital; era lo mismo para cada caso, entraban casos y casos cada día y siempre recé porque no fuera él, y en esta ocasión no pude haber hecho nada. Cuando Darío murió pedí al hospital hacer los preparativos de su funeral; salí así como así, aún caía mi cabello sobre unos delgados y delicados hombros, ejercer medicina a veces me robaba tiempo para comer, ese día tampoco probé alimento alguno; pero era ya parte de mi pasado porque después de mi encuentro con Messager en Francia y todos los demás sucesos mencionados, me hacían pensar sobre alejarme nuevamente de esta vida, por eso regresé a México a trabajar en San Vicente Alcázar, pero al regresar trajo consigo muchas cosas, pasaron días sin dormir en las que tenía pesadillas que recreaban el día en que Darío murió, y sucedía así: después de que lo despedía para que le hicieran la autopsia salí del Hospital para despejarme, caminé varias calles hasta que me sentí más perdida que nunca, entonces entré a un bar de ¨mala muerte¨, no era tanto para beberse las penas si no que necesitaba usar un baño. Con la luz neón que brillaba intensamente veía a través del espejo mi rostro, mi atuendo, llevaba la bata clínica y debajo de ella una palestina azul vibrante sobre una blusa gris y unos pantalones de mezclilla rasgados, al verme a ese espejo me vi horrorizada de mi misma. Tras observarme en aquel asqueroso y manchado espejo, aún con un estupor delirante creí haber olvidado lo sucedido, con esa bata blanca moteada de sangre, empapada en la sangre del ser que amé; no resistí más verme en el vidrio aquel y con un golpe de furia a puño cerrado deshice el espejo en pedazos, no me dolía el hecho de haberme cortado los nudillos, me dolía más no haberlo salvado a tiempo, el no haber podido estar ahí con él. Salí del lugar, deje la bata en el lavabo sucio y sin importar que varios de los asiduos del lugar me observaran con espanto tras verme las marcas de mis dedos llenos de sangre en el rostro, tan solo caminé; hubo quien me pregunto si estaba herida, pero no me detenía, ignoraba todo y a todos; salí y pedí el taxi, me fui a mi casa aún cuando sabía que sentiría más soledad quemarme en el alma ahí más que nunca.
Llegué, me deshice de mi ropa oliendo a muerte, regándola desde el pasillo hacia el baño, esperé a que la tina se llenara y estuviera caliente, y como si sintiera miles de brazos presionándome me quité lo que restaba de ropa con desesperación, quería deshacerme lo más pronto posible de la sangre; una vez que terminé de tallar con fuerza cada rastro de este líquido rojo, puse una toalla sobre mi cara y me quede dormida, cuando por fin desperté noté el agua helada; había dejado la ventana abierta ya que odiaba el vapor que se desprendía y quedaba en los vidrios y espejos, noté la brisa del invierno, fecha decembrina en que regresé de mi pesadilla en Chile, y tan pronto salí me vestí aunque no sabía si iría a la clínica para preparar papeleos de defunción ya que la imagen de él sobre la camilla, ahogándose en su propia sangre, me había dejado mareada aún en aquellos días sin embargo fui y preparé todo; me encontraba muy bien según yo, o tal vez con todo esto no sentía lo mal que me encontraba realmente. Estaba llevando unos papeles a la morgue cuando todo en mí se desvaneció, sentí como la vista se inclinaba y yo perdía el conocimiento, poco después desperté en una camilla de terapia intensiva, que ¿era lo que hacía ahí? una Doctora nueva de la que me había hecho amiga antes de mi secuestro estaba al lado de mi cama revisando mis signos.
- ¿Qué sucedió?
- A las 0430 hrs sufriste un colapso anatomofuncional , tus signos decayeron, perdiste el conocimiento cerca de dos horas, hicimos unos estudios y hay algo que decirte.
- ¿Qué?
- Debido al estrés perdiste tu bebe
Esas tres palabras fueron el cuchillo que me atravesó. Todo el estrés que viví, la muerte de Darío, mi secuestro mi claustro, la mala alimentación, todo esto se conjugó en un estrés muy grande por lo cual el bebe no soportó y murió in útero, por alguna razón pensé que sería más fuerte y que lo tomaría muy fácil, sin embargo hubo un momento en que sentí caer sobre mis hombros el peso de todo esto tan repentino, no sé porque, pero una exacerbada sacudida inundo cada músculo, es como si la realidad hubiese dado su acto de presencia, me inunde entre los cobertores de mi cama, y sentí la ardiente necesidad de llorarle de sentirme mal, de sentirme falta de él mientras mencionaba entre mis temblorosos y mojados labios ¨alma pequeña que fuiste el soporte de mis esperanzas para seguir adelante con mi vida, ¿Cómo pudiste irte?¨ y ahí terminaba mi sueño fatal, con la perdida de los seres que me amaron y que amé; y todo este desastre de mi vida comenzó con el secuestro del General Ferdinand Monk, mi claustro de 3 años creando el virus, mi regreso a Montpellier desde Antofogasta, Chile, mi llegada al Hospital con Darío moribundo y su desenlace en muerte, la pérdida de mi bebe, casarme de nuevo con un hombre que me amó mucho a pesar de nuestras peleas, su caída en aquel cerro en Umuraccaray, mi viaje hacía España para descubrir unos caníbales, el desastre del tren, mi encuentro con Messager, el interrogatorio, la entrega del antiviral, mi regreso a México a San Vicente Alcázar, así podría entenderse toda mi historia… más lo que aún me falte por vivir.
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