Destinatario

Estas son sólo notas de olvido, recibos injustificados, cartas de silencio y telegramas melancólicos que una mujer de vena negra escribió.

martes, 20 de marzo de 2012

En las aves procelosas al vuelo...


¿Por qué buscar en el tortuoso silencio aquello que con palabras perdí? Destrozarte con los dedos, romperte las esquinas, sacarle cenizas a tus ojos, vinagre a tus labios si de la fruta prohibida más dulce no emanan los males, emanan los placeres que se encajan en esa sensación de recompensa llamada Santiesteban, Santiesteban porque no puedo decirte Santi sin errar. Sabes, curiosamente durante este pequeño tiempo que me he sentado a descansar de la caminata hacia el despeñadero me ha venido a la mente tu imagen, claro que no es muy difícil encontrarte cuando yo te he asociado a todo. Te he asociado a esa forma única de sonreír, a las nubes, al viento suave del mes de junio, al equinoccio de primavera, a todas las aves en especial al cardenal, al mirlo, el ruiseñor y el chanate. Te asocio a aquellas viejas fotografías en color sepia donde los hombres y las mujeres salían en algún punto especial de la casa junto a aquellas cosas de valor característicos de cada persona. Si se tratara de nosotros en nuestra imagen seguramente estaría tu sombrero que no sé aún si es tipo canotier o sombrero cordobés, saldría mi cabello totalmente hecho un desastre, eso porque el viento no deja de peinarme a su muy puro estilo a la “greñe”, saldrías con alguna camisa remangada de lino bastante relajada y desfajada, eso y tus jeans que siempre te han sentado muy bien. Por otro lado  usaría aquella blusa delgada de algodón de color verdeazulino con la imagen de un pavorreal altivo, junto a eso unos Levi de color beige con los guaraches de cuero que un día me compraste en una tienda frente a la playa porque había olvidado traer los míos en la maleta. Alrededor de nosotros solo habría pájaros, libros, una guitarra o un piano, y un árbol en medio de ti y de mí. No hemos conquistado las cumbres que nos separan desde siempre, tenemos miedo de soltarnos de la rama y caer en cuenta de que no resulte como esperábamos.


He tomado un poco de agua, la sed es extensa, me siento demasiado agotada para continuar, es de aquellas veces que hasta mi cuerpo se cansa de mi persona; una pequeña caída, una gran herida a nivel del muslo en la que la sangre emana y no parece ceder; y estoy aquí recuperando volumen de líquidos y fuerza para llegar hasta los paramédicos que están bajando  el cerro.  Sigo pensando en ti mientras las imágenes se superponen una sobre otra en un delirio de consciencia, en el inminente desmayo, en el shock hipovolémico por la pérdida de sangre. Recuerdo aquella vez que estábamos frente a una gran barda gris y en frente de nosotros en la acera un hombre con una camisa verde de botones hincado alzaba los brazos a dios. Rezaba. Decía demasiadas cosas que no era capaz de saber que le rezaba, duró un rato y pareció terminar y hablar con las personas que pasaban a su lado que no hacían otra cosa que ignorarlo en medio de su locura o podría decirse penitencia de cuaresma para ese entonces.

En ese momento tú te fuiste, no pude más que soltarte la mano y señalar con mis ojos que no te fueras, mientras los tuyos se enfocaban en algo así como, “sé que hago lo correcto”.


Finalmente a partir de ahí iniciaría mi búsqueda como la búsqueda del alquimista en busca del elixir de la vida y la piedra filosofal, la piedra pilar; de hecho mi búsqueda era demasiado similar, un hilo de tristeza anudado por la felicidad de volver a verte, una esperanza vana y ciega que solo llenaría cajas de recuerdos y los oídos de los nietos a anécdotas muy interesantes y la única forma de encontrarte de nuevo claro fue esa en que toda mi vida, al final de mi último aliento, me hiciera ver todo aquello que fuera importante, pero solo hasta el último aliento.  

Santiesteban parecerá una cruel coincidencia que en este momento estés saliendo de la biblioteca para tomar un taxi, que traes esa camisa de lino que me fascina con tu sombrero canotier, esperando el momento en que respondiera a tu carta y esperaras en aquel sitio elevado del parque donde nos dimos el primer beso bajo metáforas románticas y preguntas sobre la naturaleza. El primer beso sensible y tímido de mejilla. Mientras yo estoy aquí junto a una roca culpable de este retraso y una bicicleta doblada durante la caída, a mi lado está la maleta en la que preparé ese vestido chifón que me pondría una hora antes de vernos y una carta con la contestación que escribí el día anterior, con la plena convicción de fugarnos un tiempo mientras reparábamos espacios y despedidas. Santiesteban en la espera, Santiesteban en el cielo, en la tierra, en las aves procelosas al vuelo…



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