Destinatario

Estas son sólo notas de olvido, recibos injustificados, cartas de silencio y telegramas melancólicos que una mujer de vena negra escribió.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Mi tiempo, tú tiempo


-Hola, usted no me conoce pero me resulta curioso verle aquí todos los días, mi nombre es Martín Ventanarosa, trabajo como fotógrafo de un periódico cerca de aquí, y pues noté que usted siempre se encuentra aquí todos los días, ¿podría hacerle compañía señor?


-Claro, las mañanas siempre gustan de charla, soy Rodrigo Guillen, y estoy jubilado.


-¿ Pedirá algo? yo le invito si contesta mi mayor duda.


-Creo que puedo respondérsela, y no habrá necesidad de que me invite.


-Siempre que lo he visto hace algunos meses desde que vengo aquí a San agustín usted espera sentado la mayor parte de la mañana leyendo, después una mujer entra y se sienta en el mismo lugar y del mismo lado de la ventana. Usted se levanta con el libro bajo su brazo, se acerca a ella, platica un poco, como yo he hecho con usted, y ella hace una señal para invitarlo a sentarse, todo en la misma forma desde los últimos meses, luego ella sonríe, se despide feliz y agraciada, y usted la ve partir. Admito me da mucha curiosidad.


-Dígame que hora es.


-Las 10:00 de la mañana.


-Bien, tengo tiempo.


Él muchacho se cruzó de brazos de manera tan atenta que sus ojos casi absorberían cada palabra del anciano.


-Cada mañana cerca de las 11:15 llega una mujer castaña de ojos verdes, se ve de 40 pero tiene cerca de 60 años, siempre prefirió sentarse de ese lado de la ventana porque así puede ver el jardín del parque contiguo, le encanta ver a los niños correr y jugar a estas horas, se sienta un momento y siempre el mismo mesero la atiende, yo me acerco, inicio la plática de mil maneras, siempre ganándome su confianza como para permitirme acompañarla, durante ese lapso que estoy con ella a veces me cuenta cosas diferentes, otras veces es su misma historia, pero nunca me canso de escucharla, le platico siempre de un libro diferente cada día y lo curioso es que al día siguiente siempre me cuenta sobre lo que yo le conté. Claro que... nunca menciona que yo lo hice. Estoy la mañana con ella hasta que se va a su casa a pintar en su caballete. Esta mujer que tengo el gusto de ver todos los días, es mi esposa. Hace años empezó a olvidar las cosas, hasta que un día despertó,  y desperté yo como un extraño en su lecho, no he querido causarle problemas desde entonces, por eso, todos los días la veo, platico con ella mil veces. No me canso nunca de oírla, nunca.


-¿Cuanto tiempo tiene viniendo aquí?


-Tres años.


-¡¡Tres años!! ¿¡Tres años haciendo lo mismo!?, ¿no le agota de verdad cada día esforzarse porque ella lo invite a sentarse y platicar de lo mismo? Ella nunca se niega, ni lo rechaza, ¿que hace para que esto haya durado tanto? Disculpe mi sobresalto señor pero me deja impactado.


-La veo cada día aunque ella no me reconozca porque la amo, cada día platico con ella, y ella me acepta porque aún siendo yo un extraño se que me ama.


-¿Como lo sabe?


-La conozco, ha sido un cortejo desde hace tres años.


Él muchacho se sorprendió de cuando valor podía darle una persona a otra, cuanto sería una persona capaz de esperar y soportar a lo largo del tiempo por alguien a quien verdaderamente ama; él sintiéndose normal, terminó sintiéndose aún muy joven e inmaduro para ser capaz de hacer lo que Rodrigo había hecho por su esposa.


Cuánto mas creemos que un cariño nace de conocerse, tal vez no sea del todo cierto. Finalmente una mujer entró, Rodrigo se despidió y pasó a emprender su jornada, Martín ahora que sabía la historia quiso inmortalizarlos en una fotografía para recordarle el valor de las cosas en su vida.

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