Destinatario

Estas son sólo notas de olvido, recibos injustificados, cartas de silencio y telegramas melancólicos que una mujer de vena negra escribió.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Capturando vapores...


Ya no son las calendas de un mes que sabía a sobria y llana simpleza, si no la sutil belleza que desprenden los aromas del invierno vertiendo sobre mí nostalgias cubiertas de otoño y tristezas abstractas de la frialdad con que se baten los meses; hoy me jacto de sonreír de nuevo, no escribo sobre ello porque mis pensamientos se han ocupado de fiebres que retornan, de fantasmas que dejan de ser sombras y se vuelven cuerpos táctiles. Por eso me detengo pensando hoy en ti, de alguna manera el hecho de que este lloviendo y afuera de mi techo caigan como balas tentadas a desbaratar mis sueños las gotas impasibles precipitándose, me hacen pensar en ti solo por que el sonido me hace sentir lo mismo cuando me ves. El hecho de sentir el aluvión de tus besos cayendo como plumas con los leves roces y los misteriosos deseos, son plumas pero lo cierto es que como pelotón de ataque, disparan atravesando líneas enemigas para encender la pólvora del tiempo que se nos fue de las manos como se nos van los días en el calendario y el viento de las manos.

Se han rebasado las fronteras de un abismo que un Fausto ha abierto entre tú y yo, y en ese momento lo que parecía un tormento tempestivo y malsano, hoy parece sustituido por una calma sin nombre, no sé si la calma como la de la sala de un velatorio o la calma de la apacible tarde en que nos vimos. Ese miedo primordial me hace voltear hacia una caja atolondrada que se oculta en la esquina de un armario, una caja con contenidos que solo los biógrafos más experimentados podrían ordenar en un tiempo más lineal y no tan desordenado como yo lo he hecho. Ese miedo fatigante me hace sentir esa sensación vacía entre mis manos y mi pecho, no importa cuánto lo presione, sigue existiendo la misma sensación. Pero de repente lo que parecía entrañable se vuelve algo más, porque nadie mejor que tú supo unir dos tiempos: un pasado que no sabía predecir un futuro y un presente que sigue abrumado pero no del pasado, si no de la próxima hora. Hora tras hora que se ha escapado solo de aquellas noches en que caminar por la casa suele descubrir entre nosotros sentimientos más arcaicos y profundos que otros.

Por eso, después de despojarme de las sabanas, en plena humedad del piso de Danubo, tomo unas pantuflas gastadas y arrastro los pies hacia la sala, bajo los escalones de una madera cuyo nombre no recuerdo, mientras con las manos voy palpando las frías paredes hasta dar con el interruptor. Después de encender la cafetera, ningún otro ruido se escucha en esta casa, solo ese burbujeo del agua hirviendo y creo que muy por afuera la lluvia que sigue cayendo. Me siento en el sofá, y solo no puedo dejar de pensar en tu mirada, no importa cuánto nos consumiera el tiempo, las alegrías o las tristezas – más las tristezas – porque cuando nuestras miradas se encontraron fue tan solo un devenir incontenible, una emoción tan apasionada que no me impedía reírme como nunca, ni me dejaba estar quieta con mis piernas cruzándose y descruzándose. Esa mirada sigue estando en ti, llana, seria, sorprendida y atenta a todo lo que saliera de mis labios… atenta a mis labios. Después de tanto tiempo seguías empapado casi diría alcoholizado en esa colonia que siempre me recordará a ti, tú seguías pareciendo un hombre membrudo pero dulce y yo, frágil y fácil de ceñir porque no era posible evitar ser rodeada por tus brazos. Y como si fueran dos imanes que no pudieran cambiar su dirección nuestros ojos se encontraban, yo veía tus ojos como dos perlas de un Caribe negro escondido en un llano que ardía en llamas, eso siempre me hacías pensar, veía esos ojos rodar desde mis ojos a mi boca y como si fuera una reacción inmediata se reflejaba en tus cuencas las arrugas de una alegría desprendida por la bocanada de palabras que no se decían con la voz, seguido reías nervioso, inquieto, ni siquiera sabía si lo hacías instintivamente sin poder evitarlo o era algo que te gustaba hacer a tu antojo, pero me gustaba.

Poco a poco mis manos te redescubrieron, desde esos amplios pómulos, hasta las curvas de tu sonrisa; sospecho que por eso decían que un ¨te amo¨ solo entre paréntesis se decía. Tus pómulos solo fueron terreno fértil de alegría, de quebrantos, y tierra donde sembraba yo mis besos.

Ahora mismo no sabría decir si el calor que siento internamente es producto de la taza que sostengo o de los recuerdos que siguen abalanzándose sobre mí, pero creo que es fácil predecirlo. Mis besos que siempre han ido corriente arriba desde tus labios al cielo, o que corren horizontalmente humedeciendo alguna esquina escondida entre tu barba, o haciendo chasquidos romanceros en el eco de tus oídos y de ahí caían como el agua en cascada por la extensión de piel de tu cuello. Ahí fue cuando pensé en mis labios como agua y los tuyos como fuego, uno tan inmenso que carcomía todo convirtiendo mis labios en vapor. Todo parecía carbonizarse, desde las ideas en mi frente, en los despojados respiros de la punta de mi nariz, mis labios y finalmente mi grácil cuello. En ese ardid de pasión es fácil perder la visión, la idea, el juicio o el entendimiento, nos es imposible a los dos. Ambos tan extraviados en las montañas de la Tierra de Fuego o en la dureza del risco donde nos lanzamos, esto es agua y fuego, tierra y letras pétreas en un tiempo que nos es aún indefinible. Y como si quisiera hacer un movimiento con mis dedos toco la maraña de ideas que se han formado en tu pelo, no sé porque pienso que eras más un Sol Movimiento, porque parecía siempre que llevabas un terremoto en tu cabeza. 

Aquí sentada en el sofá de la sala que nos vio sonreír en algún tiempo te escribo en las servilletas, en los granos de café, pinto imágenes de la alegría que refleja pensarte de nuevo.


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