Destinatario

Estas son sólo notas de olvido, recibos injustificados, cartas de silencio y telegramas melancólicos que una mujer de vena negra escribió.

martes, 6 de diciembre de 2011

Capítulo 14.- El peligro


Al llegar me recibió una amable enfermera de fisionomía algo robusta y de carácter muy simpático, prontamente me había mostrado toda la clínica y el lugar de almacenamiento de fármacos los cuales ya eran muy escasos. Suele pasar que al momento que el doctor anterior se va y viene el siguiente, ya sea él o los enfermeros suelen hurtar algunos medicamentos y es un problema ya que es necesario encargar más y cuando se necesitan suelen no llegar o no estar disponibles; me fui familiarizando con los expedientes de mis pacientes, muchos de ellos seguían sin tener resuelto un diagnóstico y otros tantos presentaban discrepancias entre los signos y síntomas y el diagnóstico. Durante las semanas siguientes me avoqué a prescribir y diagnosticar cuanto pudiese hacer para que el que me llegará a reemplazar encontrará todo en mejor estado de lo que lo yo lo encontré, así mismo conocer a todos mis pacientes, en ocasiones debido a que el doctor debía dormir o en la clínica o un paciente debía darle asilo, iba y visitaba a quienes ya me tenían más confianza, con frecuencia me invitaban a desayunar, comer o cenar, y a veces era para resolver problemas. Como el caso de un niño de 9 años quien fue mordido por un perro, era necesario encontrar al perro para verificar que no tuviera rabia pero cuando localice al dueño este salió con un machete entre las manos impidiéndome ver al perro. No me quedo de otra que administrar el medicamento por aquello que el perro si tuviese rabia. Otras ocasiones había problemas aislados, llegaban a mí personas por herida de arma blanca o heridas por arma de fuego, y variaban en gravedad algunos solo era una leve herida sin daño a órganos y otras me recordaban mucho a la historia de Gabriel García Márquez y su personaje Santiago Nasar al final del relato. Pero lo más interesante habría de pasar unos días después. Una mujer de 60 años llegó a mi clínica, la enfermera me había indicado que era muda y que todo sería por escrito, pero le hice la aseveración de que podría entenderla si ella utilizaba el lenguaje de señas, cuando la anciana pasó el marco de mi consultorio me miro como si se tratará de un fantasma ante sus ojos, no entendía porqué pero sus manos temblaban incontrolablemente mientras el  color de sus mejillas se desvanecía hasta ponerse blanca por completo.
-          ¿Señora se encuentra bien?- me asintió con sutileza mientras no apartaba sus ojos, le pedí que se sentará y se tranquilizo un poco.
Hice la anamnesis para que en el interrogatorio averiguara más sobre ella, la historia clínica y la toma de signos vitales como de costumbre.  Pero cuando iba a sacarle sangre me detuvo y me indicó ¡CON CLARA VOZ! que me detuviera, me sorprendí.
-          Señora Laura, me habían mencionado que usted era muda.
-          Desde que había llegado no volví a abrir mi boca, y no la abriría hasta verla llegar Doctora Coss.
-          ¿Por qué?
-          Lucille, parecerá algo difícil de explicar pero… bueno debería tomar su asiento doctora.
-          ¿Qué sucede?, dígame.
-          Yo soy Lucille Coss.
-          ¿Cómo dijo?
-          Yo soy usted doctora.
-          Está jugando conmigo, se encuentra bi…
-          Sí estoy bien, y no, no tengo problemas mentales ni estoy bromeando y mucho menos le estoy mintiendo. Yo soy usted, me refiero a que somos la misma persona.
-          No entiendo.
-          Descuide, solo quiero darle esta dirección, es en Edimburgo, Escocia; en cuanto pueda acudir hágalo y no toque a la puerta, vaya por el callejón del lado izquierdo, ahí encontrará a alguien que ha estado buscando localizar desde hace tiempo.
-          Señora ¿por qué me dice todo esto?
-          Porque le ayudará mucho a controlar el problema producido por el virus,  y porque quiero que localice algo por mí. Un pequeño guardapelo con la foto de una persona y le pediré lo lleve a La Cruz de Soreboca, efectivamente doctora, donde empezó su viaje.
Quise preguntar más pero antes de poder continuar con toda la conversación escuché como arremetían contra la puerta a patadas, la enfermera y varios de los pacientes que esperaban en la sala corrieron al fondo de la clínica donde me encontraba, la enfermera me había mencionado que uno de mis pacientes había estado teniendo problemas para solventar los gastos de la clínica porque a su trabajo iban unos hombres exigiéndole dinero a manera de cuota para que no lo destruyeran, al parecer venían a buscarlo. Temeroso  se escondía atrás de la enfermera que hacía todo por quitárselo. Finalmente traté de que todos se escondieran y Carlos que era el nombre del paciente escondido tras la enfermera, lo obligué a ocultarse dentro del almacén de fármacos. Los hombres armados tumbaron la puerta y apuntándome con el arma me preguntaron por él. Les dije que lo había hecho salir por la puerta de atrás, dejaron que uno de ellos saliera por ahí, mientras los otros dos seguían en la habitación. Pronto le ordenó a su compañero que buscará en toda la habitación, temía que lo encontrarán e insistía en que se habría ido, hasta que se acercaron al almacén.
-          No puede entrar ahí, hay… hay… hay microorganismos infecciosos, cadáveres y… basura clínica…
-          Entra – Ordenó el hombre.
-          ¡No!
-          Dispárale...
Tenía su arma frente a mí de un segundo a otro sin razonar la orden dada me disparó, y aunque pensé que sería en el costado, el pecho o la frente, solo fue en un pie. Caí presa de un intenso dolor y no pude detenerlo, a balazos retiró la chapa de seguridad y con una patada cedió la puerta, posteriormente oí varías suplicas, llanto y después... El hombre salió  con su arma y posteriormente los tres abandonaron el lugar. Me ocupe de aliviar la tensión de los pacientes mientras la enfermera me ayudaba a hacer curaciones de la herida, en cuanto a Carlos lo retiramos del almacén y llamamos a sus familiares, debido a la situación pedí a una funeraria que me ayudaran a preparar el cuerpo antes de que llegará la familia y lo viera así, tratamos de reparar algunos problemas y pedí a el Hospital que se dispusiera de algún guardia de seguridad, aunque sabía que no sería suficiente posiblemente permitiría que alguno de los pacientes se sintiera seguro de venir, además de un manual de procedimientos para este tipo de situaciones que tanto personal como usuarios pudieran seguir. Posterior a eso, sabía que este tipo de problemas no tendrían una fácil solución, así que trate de dejar eso muy claro entre los habitantes por otro lado pedí un reemplazo a la clínica para acudir a sanaciones de la herida, hasta ese momento lo que me hubiese dicho la anciana era poco importante.



Y sería poco importante hasta que una noche mientras aguardaba sentada en la biblioteca de un viejo amigo cuya historia fue motivo de todas mis extrañas andanzas por la vida y también quien me llevó a ver siempre más allá de lo fácilmente perceptible, me hizo darme cuenta de algo; yo fumaba en su acogedora biblioteca mientras el mes de octubre se manifestaba con un olor en el aire a cadáver de hojarasca, la lluvia aumentaba ese olor opresivo a humedad y las rosas que en primavera pudieron haber lucido el escarlata más vibrante hoy solo eran el recuerdo de la vejez de toda vida, marchitas y negras ansiaban que octubre acabara pronto. El cigarro era lo único que calmaba esa ansiedad desde esa ligera opresión que llegaba al mediastino hasta esa liberación lenta y luego la sensación rasposa en la garganta, nunca le había encontrado sentido pero tampoco me detenía de seguir fumando. Mi amigo Rogelio Farfán era un reconocido filósofo de los tiempos modernos, un hombre solitario cuya imagen te recordaría a alguien que se ausentó hace mucho tiempo, a alguien que parece distante y perturbado de este mundo como muchos genios literarios lo fueron, en ocasiones su carácter sombrío podría definirse al estilo puro de lo grotesco y lo arabesco tal cual Poe pero junto a esas maneras de conducirse y hablar me recordaban al estimable Lord Byron, por eso para mí era todo un caballero. Él se había ofrecido a acogerme en su estancia la noche de la festividad más común en diciembre  y parecía siempre sumergirse más dentro de sus libros que a la charla cordial con las personas, ello me permitió husmear un poco en su extensa biblioteca cuya vasta colección me inspiraba a tomar sus libros y dejarle una nota de ¨ Te los devolveré cuando termine¨, lentamente tomé uno mientras esperaba que regresará y me indicará donde habría de quedarme, yo vestía un jersey negro y una camisa blanca junto a unos jeans negros, mi cabello para entonces se encontraba muy corto pero se veía bien aun cuando no hiciera nada por arreglarlo. Siempre me había encantado esta tradición que Farfán hacía cada diciembre y más aún la gloria de aquellos tapices rojos y ceremoniales que solo en tiempos antiguos se recordarían, adoraba que nos citara a toda la comunidad de escritores y artistas que siempre se congregaba en estas fechas, era sin duda lo único que disfrutaba, además estaríamos listos para el reto; cada año en época decembrina culminábamos en la lectura de varios escritos y cuentos cortos, algunos declamaban, otros ofrecían actuaciones, afortunadamente no faltaban los pintores, era el mejor festival literario y artístico al cual solo algunos éramos invitados, y Rogelio quien sabía de mi ciclópea fascinación por ello después de la medicina siempre se ofrecía a recibirme.  Aquella noche fue éxito como todas las anteriores, un fino banquete con comida nacional, una excelente compañía entre agradables personajes, un ambiente lleno de humor y seriedad en cada tema, algo que solo increíblemente se podía lograr aquí, y la representación de miles de obras solo compartidas en este grupo. 


Aquella noche, después de que la mayoría de los asistentes se había esfumado, Rogelio se encontraba disfrutando de un Shiraz  frente a la ventana, la noche era abrumadoramente oscura, las calles estaban vacías y solo las caras de los demonios se veían en el vapor que salía de las alcantarillas, pero eran otros demonios los que siempre experimentaba el distinguido Rogelio; no queriendo perturbar ninguna de sus elucidaciones me dispuse a retirarme también no sin antes tomar un poco de un suave vino rojo, fue el momento que cruzaba el vestíbulo cuando un sobresalto me hizo soltar la copa que sostenía, el cuerpo de Rogelio yacía en el salón convulsionándose. Corrí inmediatamente, de su boca despedía espuma blanca, sin duda había ingerido pastillas, recuperé una del  frasco junto a su mano, parecían antidepresivos pero hasta ese momento me deje cegar por la idea que él pudiese cometer suicidio; la realidad fue diferente una  vez que despertó, no era desorientación ni pesar como se esperaría de alguien que despierta frustrado de su intento, era miedo, un miedo que solo su mirada podría describir con lagrimas, no hablaba, pero es que el mismo horror le impedía decir algo. Me asusté y me acerqué a él abrazándolo. Se aferraba fuertemente a mí como si por alguna razón alguien pudiese llevárselo de ahí para no volver. Pronto sentí su respiración más tranquilo y su voz aclarándose para articular lo que el necesitara decir.
-           Esta noche querida Lucille han intentado envenenarme – Mi expresión de incertidumbre no se hizo esperar, con la mirada le pedía que se explicara más
-          Lucille a la fiesta asistió un invitado no deseado, alguien entre la concurrencia de esta noche no se había esfumado aún, no pude reconocerlo, apareció como una sombra detrás de la oscuridad del gran librero y se abalanzó sobre mí obligándome a ingerir veneno.
-          Rogelio, junto a usted solo había un frasco de antidepresivos, no veneno.
-          Era veneno mi querida Lucille, y necesito que lo saque ahora de mi organismo.
-          Pediré exámenes de sangre pero podrían tardarse demasiado, ¿no escuchó algo que pudiese decirnos qué clase de veneno era?
-          No lo sé
Inmediatamente hice los exámenes correspondientes un muestra de su sangre y se su boca podría darme una idea si es que aún quedaba rastro del veneno, afortunadamente el haber hecho el lavado de estómago fue accidentalmente una ayuda para evitar el mayor daño posible, una vez que obtuvimos resultados solo era cuestión de mantenerlo lejos del peligro y esperar su recuperación.


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