Destinatario

Estas son sólo notas de olvido, recibos injustificados, cartas de silencio y telegramas melancólicos que una mujer de vena negra escribió.

lunes, 27 de junio de 2011

El libro de la Muerte


El adiós definitivo, el fin de cualquier cosa siempre es un sentimiento de abismo. El adiós como fin y se dice que en un adiós para siempre nunca hubo un inicio. Pero lo peor es decir adiós a algo que debe morir... muchos piensan que jusgar a alguien en base a las impresiones y comportamientos es justo y además acertado, pero no... he conocido mujeres que han sido todas unas arpías pero no siento más rencor ni lastima por ellas después todo, eres lo que tu entorno activa y decide en ti. Yo me llamo Luz y no había otra cosa mayor para mí que los libros, eran mi escape, mi pasión y la almohada donde podía acomodar perfectamente mis sueños, mis tristezas y mis alegrías, en ellos encontré mi entorno, entre los dramas y las vivencias fantasticas, de ellas saque ideas para lograr mis objetivos, para castigar al ignorante y alabar al ingenioso pero eso es cambiable, lo sé porque una vez me enamoré lo malo es que tuvo que marcharse; amé a las personas que sentí que lo merecían en algún tiempo y también las dejé de amar cuando dejaron de merecerlo. No parecerá que sea amor, yo no sé lo que es pero yo sentí que así fué. Sin embargo a veces empiezo a creer que no estoy hecha del todo para esas cosas, mi entorno me ha convertido en un ser extraño que elije ir a la biblioteca en lugar de la charla, charlar solo con aquellas personas interesantes, de intelecto o buenos valores, no hacer amistades duraderas y las pocas que posea ignorarlas, no esta bien y lo sé, así que un día decidí cambiar eso...

El día 10 de Octubre fue en el que inicié a cambiar todo, desde abrirme a las personas platicando con ellas hasta cambiar mis fríos apretones de manos por un abrazo caluroso, cambiar la biblioteca por un parque cercano en el que pudiese platicar con personas; aquél día después de clases me dirigí al parque esperaba que viniera alguien conocido pero me dí cuenta que así no avanzaría así que caminé un poco más hacia los pirules que daban una enorme sombra de circunferencia. No vi nadie y decidí rendirme al instante y regresar a los libros que me eran más confortables, eso hasta cuando sentí un enorme golpe por la espalda, en esos instantes un jóven salió volando por los aires disparado contra el más grueso de los pirules.

Estuvo inconsciente sobre mi regazo por varios minutos hasta que logré despertarlo, me miró perdido pero en cuanto abrió los ojos pude sentir como algo corría tibio entre mis pulmones, sus ojos eran una maravilla, sus ojos negros eran la profundidad de aquellas historias donde alguna vez pensé en el romance, finalmente paso un rato antes de que alguno de los dos mencionará unas palabras, yo seguía como embobada por su sonrisa y su rostro y todo él que se veía tan guapo, me sentí un poco tonta por verlo con aquellos ojos de ternura y no decir nada; hasta que él se levantó deje de mirarle así, se sacudió y se fue... no pasó nada en ese encuentro hasta algunos días después...



En nuestra comunidad hay una cueva que le dicen la cueva de los lamentos, el peculiar sonido que se produce por el viento pasando a través de los hoyos de la cueva es parecido al de un lamento de una mujer, muchos temen ir ahí por las supersticiones, yo voy ahí por la tranquilidad y algunos días cuando quería me dedicaba a asustar a los más jóvenes que se retaban para entrar, un día el muchacho con quién me encontré entró, era muy extraño... no entendí porque había entrado ahí hasta que me acerqué.

- Hola - dió un brinco atrás como espantado por un fantasma.
- Hola, me diste un susto, te estaba buscando...
- ¿Qué necesitabas?
- Bueno yo ni siquiera me disculpe la otra vez y quería ver si te podía invitar a ir conmigo al Bar de las Cuatro.
- Pues puedes invitarme.
- Ahmm ¿Quieres ir?
- Sí jeje claro.

Aquel día fue de lo mejor, pláticamos de infinidad de cosas pero empecé a notar otras, él no era como yo, tenía un conocimiento general amplio pero en cuanto a cuestiones más científicas o filosóficas no podíamos discutir mucho... lástima... eran los temas que más me gustaba tocar; un día, después de un tiempo de encuentros y conversaciones, lo invité a mi casa a cenar, iba a ser una noche inolvidable, yo me sentía muy atraída hacia él, preparé una cena exquisita, puse mesa, mantel y cubiertos, compré un vino, Chardonnay, y me pusé un vestido negro escotado y corto, estaba hecha una Diosa muy al estilo de las mujeres de James Bond, hasta que finalmente llegó a la hora acordada; la noche transcurrió entre risas y juegos, terminamos el vino y lo llevé a mi habitación, me monté sobre él y empecé a quitar su camisa blanca de algodon, después bajé sus pantalones y lo empecé a besar tan candorosamente que lo que más se oía eran nuestras respiraciones, despues el retiró el zipper de mi vestido descubriendo una suave espalda blanca con un pequeño lunar al centro. Empezó a quitar el sostén mientras me giraba para sí. Esa noche hicimos el amor sin piedad hasta terminar exhaustos, abrazados y mojados.

Cuando desperté él estaba leyendo algo... no adiviné que era hasta que tallé mis ojos y note entre sus manos mi diario. ¡Mi diario!, lo sostenía frente a mi librero mientras yo lo veía burlarse de mis fantasías; de todos los libros que yo hubiese poseído, ese compendio de mis historias era uno que nunca permitiría que vieran, mucho menos que se burlarán de mis sueños. Se lo arrebaté y lo corrí de mi casa. Al día siguiente él esperaba frente al Bar de las Cuatro con un ramo de rosas color lila y una nota de disculpa... lo invité aquella noche, pero está vez con un plan.

Lo invité a leer mi diario si es que quería saber de mí. Hoja por hoja hicé que leyerá para que lo pudiese perdonar como condición, y así lo hizó, hoja por hoja mojaba su dedo y daba la vuelta a las páginas, y leía más y más hasta que un mareo lo hizó perder la secuencia, se recargó un poco y siguió leyendo más y empezó a perder la visión de todo, todo empezaba a oscurecerse y finalmente cayó muerto...

El pobre nunca supo que su mayor error estaba en leer libros ajenos; tranquilamente la noche anterior yo había colocado arsenico en las páginas... 



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